Saboreando la Pascua

Por: Mons. Luis Martín Barraza Beltrán, obispo de Torreón.

BUENA NUEVA.- «Porque Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de enemistad que los separaba» (Ef 2,14).  En la Carta a los Efesios, san Pablo da a la Pascua de Cristo un significado de comunión, a partir de su tesis fundamental: «aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos volvió a la vida junto con Cristo –¡por pura gracia han sido salvados!–» (Ef 2,5). Aunque Pablo insiste en los «deseo desordenados» y «las malas intenciones», que nos conducían a la muerte, el protagonismo no es del pecado, la Salvación no procede de nuestras obras, sino que es un don de Dios. La insistencia en el pecado y la muerte no significa desprecio masoquista para invocar la ira de Dios, sino la centralidad del don: «Pues estoy convencido de que el hombre obtiene la Salvación por la fe y no por el cumplimento de la ley» (Rom 3,28). Por este camino funda la fraternidad universal, «ya que uno solo es el Dios que salva a cuantos tienen fe, estén circuncidados o no lo estén» (Rom 3,30).

San Pablo aborda el tema de la comunión desde la imagen, del muro que separaba a judíos y paganos, que él califica como odio, que Cristo ha vencido en su cuerpo: «Él ha reconciliado a los dos pueblos con Dios uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad» (Ef 2, 16). Esto es una manera de decir que la herida más grave en el cuerpo de la humanidad ha sido curada por la Muerte y Resurrección de Cristo. San Pablo habla de que este proyecto de Dios de hacer hermanos a todos los hombres, en Cristo, está al centro de su plan de Salvación, es una revelación privilegiada a sus apóstoles porque «no fue dada a conocer a los hombres de otras generaciones». Esta sublime revelación «consiste en que todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio…» (Ef 3,6-7). San Pablo se siente indigno de anunciar esta «incalculable riqueza de Cristo».

Por lo tanto, cualquier otra división podrá ser sanada por la fe en Jesús. Como la Salvación, la unidad es un don de Dios. Querer construirla desde el hombre siempre conducirá a la exclusión, al descarte. Hemos venido poniendo muchos puntos de apoyo para construir la humanidad, pero siempre hemos caído en el dominio de unos por otros. Los criterios basados en las guerras, en las razas, las mismas religiones, la ciencia, la técnica, el dinero, etc., todos han conducido a la marginación y al descarte de muchos. «Cristo es la piedra fundamental, en quien todo el edificio, bien trabado, va creciendo hasta formar un templo consagrado al Señor…» (Ef 2,20-21).

El Papa Francisco, en su bendición urbi et orbi, nos decía: «La tempestad (la pandemia) desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestro proyectos, rutinas y prioridades… No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo».

San Pablo ora por la unidad (Ef 3,14-21) y nos invita a mantenernos unidos, por el vínculo de la paz, con humildad, amabilidad y paciencia, aceptándonos mutuamente con amor (Ef 4,2-3).