Abstencionismo

Por: Mons. Luis Martín Barraza Beltrán, obispo de Torreón.

BUENA NUEVA.- Como sabemos, el pasado domingo 18  se llevaron a cabo elecciones para diputados del estado de Coahuila. Antes de dicha jornada electoral se comentaba que, en base a la experiencia, muy probablemente serían poco participadas, lo cual sucedió: se habla de un 60% de abstencionismo. Como en otras ocasiones tendremos que decir que ganó el abstencionismo. Es cierto que debemos tomar en cuenta lo de la pandemia, que es un tema a considerar en todo lo que pasa actualmente, pero resulta que lo mismo ha sucedido antes de ella. El abstencionismo no quita nada de legitimidad al proceso y a los ganadores de la contienda, pero tampoco nos debe dejar tranquilos sobre la salud de la democracia y sobre la conciencia de madurez en la fe política. 

Lo primero que a un servidor preocupa es que no corresponde el fervor religioso o la fe de la mayoría de nuestra gente con la apatía frente a la vida cívica.  El amor a Dios se verifica en el amor al prójimo. Resulta que el prójimo al que debemos amar requiere de un conjunto de condiciones que involucran la organización social: estructuras de salud, de cultura, de justicia, de comunicación, de convivencia, etc. Nadie puede vivir sin el andamiaje que atiende las necesidades materiales, espirituales, personales, colectivas, relacionales de cada uno. Es cierto que tenemos que ayudar al prójimo dándole «un taco», ropa, hospedaje, dinero, pero también ayudándole a crear condiciones de vida digna a su alrededor. Las autoridades son las encargadas de gestionar los esfuerzos del conjunto de la ciudadanía al servicio de la comunidad, especialmente de los más necesitados: «la comunidad política existe para aquel bien común del que obtiene su plena justificación y sentido y del que deriva su derecho primigenio y propio… El bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las que los humanos, familias y asociaciones pueden lograr más plena y fácilmente su perfección propia» (GS, 74).

Es digna de admiración la solidaridad directa que muchas personas tienen hacia sus vecinos o los necesitados de la calle, lo hemos visto en este tiempo de pandemia. Pero en cuanto a la solidaridad indirecta, como la participación en las elecciones donde se elige a quienes gestionan el bien común o elaboran las leyes para cuidar la vida, la familia, la dignidad de las personas, administrar justicia, nos quedamos a deber unos a otros. Claro que esto supone que debemos estar vigilando la administración del bien común continuamente, participando en discernir la problemática social y en acciones que lleven a mejorar el entorno social y ambiental. No se reduce nuestra responsabilidad como creyentes y ciudadanos a ir a votar de vez en cuando, sino a poner nuestro «granito de arena» en instituciones, programas, iniciativas orientadas a crear calidad de vida.

Por todo lo anterior, el abstencionismo es un pecado social grave, nos hace cómplice de todo aquello que nos quejamos, sobre todo cuando es un síntoma de nuestra apatía frente a todo el caminar comunitario. Pensemos qué es aquello que no funciona en la administración del bien común y mostremos nuestra inconformidad proactiva a través del voto. También, les dejo de tarea reflexionar: ¿Por qué Coahuila es de los poquísimos estados que no ha vivido la alternancia en el poder en todos los niveles de gobierno?