BUENA NUEVA.- Son muy abundantes las noticias (verdaderas y falsas) que circulan por los diversos medios de comunicación en torno a la crisis de salud que ha significado el esparcirse del contagio del corononavirus (se ha comenzado a hablar de «pandemia»).
Ante las nuevas que van surgiendo día a día, nunca está de más el llamado de las autoridades a guardar la calma y la tranquilidad, pues una actitud diversa solo podría agravar la situación. Además, las ya mencionadas noticias abordan el fenómeno desde los más diversos puntos de vista: la visión médica especializada, el punto de vista de las repercusiones económicas o sociales de esta situación, las estadísticas que continuamente se están actualizando con nuevos contagios, y las nuevas zonas donde van surgiendo, etc.
Por esto, cuando me han pedido escribir sobre el tema me he preguntado, ¿qué podría agregar a tan grande cantidad de información mi sencilla experiencia? Y es que Italia se ha convertido en estos momentos en la segunda zona más afectada por la enfermedad, y yo fui enviado a la ciudad de Roma desde agosto del año pasado a una experiencia de estudio, viviendo en el Colegio Mexicano de Roma (Colmex) y estudiando la especialidad de Teología Dogmático-sacramentaria en el Ateneo Pontificio de San Anselmo (Anselminanum) en la misma ciudad.
Así que me he decidido a escribir este breve texto con dos propósitos: compartir la experiencia personal de la situación y expresar una reflexión de fe sobre la situación. Lo haré hablando de la oración y los gestos de solidaridad, así como de la oportunidad para la reflexión.
Me parece que la primera actitud creyente es la solidaridad en la oración y en los gestos, y la primera realidad a la que me siento llamado a referirme es a las personas que han padecido la enfermedad, y a aquellos que han fallecido a causa de la misma, con sus familiares, y también pienso en las personas que tienen familiares o seres queridos en las zonas más afectadas. Me parece que a veces el simple hecho de ver las cifras y las estadísticas no nos permite del todo caer en la cuenta de las crisis personales y familiares que estos números representan, en estos casos la oración nos hace sentirnos unidos incluso con los que están lejos, con aquellos que conocemos y con los que no, y nos hace acompañar con fe los duros procesos de la enfermedad o de la muerte desde una conciencia sensibilizada y abierta a la esperanza.
En mi caso, la primera vez que caí en la cuenta de manera más intensa sobre esta situación fue en una Audiencia General del Papa Francisco a la que asistí; antes de que la enfermedad llegara a Italia, el Papa nos pedía al final de la audiencia orar en un momento de silencio por las personas afectadas por la enfermedad, este momento de silencio estuvo precedido de los aplausos de los asistentes y luego la oración, para mí fue algo fuerte y concientizador.
Pero después me enteré por las noticias de que el Vaticano había enviado gran cantidad de mascarillas a China, y fue entonces que fue clara la importancia de la oración con los gestos, hasta los más sencillos gestos acompañan y fortalecen, como aquel otro de abrir a los medios la celebración eucarística diaria del Papa en la Capilla de Santa Marta para hacerse cercano a los que se encuentran en aislamiento o dificultados para asistir a misa.
Por otro lado, en Italia la «cuarentena» llegó casi al mismo tiempo que la Cuaresma. Una semana después del Miércoles de Ceniza se decretó el paro en las actividades académicas en Roma, por lo cual se suspendieron también mis clases, y progresivamente esta situación se ha ido extendiendo a otros campos: los eventos públicos, el turismo, las diversiones que congregan muchas personas, como el deporte o el cine o los museos, las limitaciones en los transportes, e incluso los actos religiosos púbicos han tenido que suspenderse; se siente raro celebrar la misa en el colegio con los demás sacerdotes que están estudiando diversas especialidades en Roma y no poder saludarnos de mano a la hora de la paz, para cuidarnos unos a otros de un posible contagio; en el ángelus del domingo pasado, el Papa no ha salido, como de costumbre, a dirigirse a los presentes desde una ventana ante la Plaza de San Pedro, sino que se ha dirigido a ellos por los medios de comunicación en la biblioteca vaticana.
De hecho, hoy en la mañana, mientras desayunábamos, un compañero sacerdote comentaba: «mira que somos frágiles, cómo algo tan pequeño puede poner de cabeza nuestro mundo». Este tiempo de «cuarentena», que nos obliga a una austeridad inesperada, que limita nuestro contacto con el «exterior», coincide con la Cuaresma, un tiempo de la Iglesia que invita a la reflexión, que invita a habitar el «interior»; el hecho de no poder estrechar la mano del hermano en el momento de la paz, o para saludarse, las iglesias cerradas y sin celebraciones litúrgicas, los desplomes de la economía y los golpes al trabajo de tantos hombres y mujeres, la constatación de nuestra frágil condición y de la fragilidad de nuestras relaciones, se ofrecen también como lugar de reencuentro con nuestra humanidad, con lo verdaderamente importante, con lo que no se valora hasta que se pierde o se corre el riesgo de perder. Desde una mirada de fe, para algunos, este tiempo difícil, esta sobriedad y distancia impuestas, se pueden ofrecer también como espacio de encuentro con quien dice: «La tomaré [a la esposa], la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón» (Os 2,16).
Por: Pbro. Carlos Fernando Salinas Soria, sacerdote de la Diócesis de Torreón que se encuentra estudiando en Roma.