De regreso a la Casa del Padre

Por: Pbro. Juan Carlos Espinoza Gutiérrez
BUENA NUEVA.- Después de días, semanas, incluso unos meses, gracias a Dios hemos vuelto a la Casa de Padre para celebrarlo en la Eucaristía; un Padre que como buen pastor siempre estuvo al pendiente de cada una de sus ovejas, haciéndonos llegar palabras de aliento y de vida en medio de esta dificultad que aún estamos viviendo.
Palabras que en cada Eucaristía tiene dispuesta para cada uno, como lo dice en el pasaje de Pentecostés: a cada uno le concedía escucharlo en su propio idioma… (cfr. Hch 2,6), asegurándonos con esto una palabra en particular para cada uno de nosotros.
En medio de temores y protocoles hemos tenido la oportunidad de celebrar la santa misa, para encontrarnos con Él, y al mismo tiempo con tantas y tantas cosas en la mente y el corazón. Un corazón fatigado, abrumado, incluso tal vez hasta desesperado, por eso sería muy bueno preguntarnos: ¿cómo está nuestro corazón?
Mi corazón… ¿está duro? De tanto que ha sido pisoteado el terreno por las dificultades que hemos tenido durante estos días, tantas y tantas dificultades en las que parece que hasta Dios se ha olvidado de nosotros, cuántas veces hemos sido pisoteados o hemos pisoteado a otros con nuestras actitudes o las circunstancias de la vida que nos hace endurecer el corazón a Dios, hasta enojarnos y reclamarle a Dios por lo que nos toca vivir.
Mi corazón ¿esta enyerbado? Es decir, lleno de hierbajos, de malas hierbas, de malas influencias, ideas, noticias y comentarios desagradables que perturban nuestra mente y corazón, situaciones que nos han llevado a tener nuestras mentes embotadas con tantas situaciones de vida que nos perjudican y que nos enredan más de la cuenta por asuntos cotidianos, hierbajos de problemas o preocupaciones que venimos acumulando a lo largo de los días las semanas y que nos desconectan del encuentro con nuestro padre celestial.
Busquemos un corazón limpio y puro que sea capaz de permitir al que es la Palabra entrar en nuestro corazón bueno, capaz de recibirlo a Él, y pedirle que se quede con nosotros. Ofrezcámosle un corazón que con sano ejercicio de «ecología auditiva» podamos prestar atención a la Palabra que Dios nos dirige personal y comunitariamente, que nos permita recibir con amor y disposición el mensaje que Dios nos tiene preparado en cada Eucaristía.