Día del laico

Por Mons. Luis Martín Barraza Beltrán

El sábado 21 de noviembre celebramos en la Iglesia el día del laico, cuyo patrono es el beato Anacleto González Flores, cuya memoria recordamos en la liturgia del día anterior. El movimiento cristero fue predominantemente laical. La gente defendió su fe, la Iglesia y a sus pastores por medio de la legítima defensa frente a la tiranía del gobierno. El «maistro Cleto» fue, precisamente, uno de sus líderes. Podrá cuestionarse qué tan lúcida fue la fe de aquella gente o si, más bien, en su mayoría, era una masa manipulada por la jerarquía eclesiástica. Sin embargo, la sangre de muchos mártires, unos canonizados y otros no, da testimonio de la autenticidad de la fe de aquel pueblo (laos=pueblo). Esto a propósito del santo patrono.

Ya la Iglesia universal había sido convocada por el Papa León XIII a dar testimonio de su fe en las realidades temporales, porque desde hacía tiempo que se vivía en el mundo un fuerte proceso de secularización. El mundo se iba alejando de la religión y de sus enseñanzas. El siglo XIX fue particularmente adverso para la fe como conclusión de un proceso que había comenzado desde el siglo XVI. La Iglesia de aquel tiempo se vio sorprendida por una razón que luchaba por independizarse de la fe y alcanzar su autonomía. 

Algunos dirán que se vivía la sana emancipación de las sociedades de la tutela de las Iglesias. Lo que sí es que, frecuentemente, irrumpía de una forma violenta contra la vida religiosa y se vio reflejada en las revoluciones y guerras de principios del siglo XX. Casi todas las revoluciones concluyeron en gobiernos hostiles para las Iglesias. Desde las constituciones se promovió el laicismo, que en nombre de la autonomía del orden temporal promueve la superación del orden religioso o al menos su confinamiento al foro interno de las personas; la fe es asunto de vida privada que no tiene nada que ver con el orden público. En México este proceso se vivió de una forma muy polarizada, lo que condujo a la lucha armada en nombre de la fe.

Lo que fuera, esto provocó que las grandes decisiones de las sociedades, en las que anteriormente tenía gran injerencia la autoridad eclesiástica,  ahora era competencia exclusiva de las instancias civiles, lo cual fue trastocando mucho los criterios de convivencia social. 

Esto tuvo repercusiones en la forma de comprender a la Iglesia. Mientras el entorno fue más o menos creyente, la Iglesia se identificó con el Papa, los obispos y los sacerdotes. Ellos eran los que gestionaban la Iglesia en el orden temporal. El pueblo creyente era pasivo, no tenía ni voz ni voto, simplemente se dejaba instruir y gobernar. Pero cuando la jerarquía fue relegada de su protagonismo en la vida social, se comenzó a comprender a la Iglesia como Pueblo de Dios.

A principios del siglo XX comenzaron a nacer o desarrollarse algunos movimientos laicales como la Adoración Nocturna, Los Caballeros de Colón, La Acción Católica, etc., que nacieron con un sentido muy militante, de defensa o de reparación de la fe frente a un entorno hostil. Todo esto, junto con el movimiento bíblico y litúrgico, va a ir preparando el acontecimiento, tal vez, más importante del siglo XX, el Concilio Vaticano II, que trató ampliamente sobre el protagonismo de los laicos en el mundo.