El que cree vive en plenitud los mandamientos de Dios

Reflexión para el III Domingo de Pascua. 18 de abril de 2021.
Por Francisco Javier Gómez O., Pbro.
(Hch 3, 13-15. 17-19; Sal 4; 1 Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48).
El que cree vive en plenitud los mandamientos de Dios.
En muchas ocasiones hemos oído la palabra kerigma, sustantivo que en griego significa «proclama», «mensaje», «anuncio», derivado del verbo keryssein: trasmitir públicamente una noticia; anunciar un hecho. En el Nuevo Testamento es la proclamación de la Buena Noticia de la Salvación (Evangelio).
En la predicación apostólica el mensaje cristiano abarca en su contenido la vida y obra de Jesucristo, poniendo especial énfasis en la Pasión, Muerte y Resurrección como estaba profetizado en las escrituras. El kerigma no es una enseñanza de un hecho o acontecimiento histórico; la proclamación del Evangelio es el mismo hecho que salva eficazmente; no es anuncio del pasado, ni ha pasado. En cada etapa de la vida en la que se proclama la noticia de la Salvación se actualiza el hecho en aquellos que la reciben y la aceptan en su corazón.
Las lecturas de este tercer domingo de Pascua abundan en este sentido acerca del anuncio de la Buena Noticia de la Salvación que se realizó y se sigue realizando en la vida de los creyentes. La primera lectura de los hechos es el segundo discurso kerigmático de Pedro, que proclama claramente la fuerza del mensaje pascual. Pone el acento en la obra del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; el Dios de la alianza con Israel es el que ha glorificado a su siervo Jesús resucitado, a quien el pueblo rechazó y entregó a la muerte. Aunque aparece una especie de justificación por ignorancia, no quita de ninguna manera la culpabilidad del pueblo que entregó al justo, al santo, a la muerte; lo mismo vale para los jefes que conocían las escrituras que revelaban el plan de Dios y que ellos cada sábado proclamaban en la sinagoga. Se confabularon contra Jesús para proteger sus intereses; pero Dios lo exaltó y ha triunfado como estaba escrito. Lucas les invita al arrepentimiento y la conversión para que se les perdonen sus pecados.
Conocer a Dios significa cumplir sus mandamientos, nos dice el evangelista san Juan en la segunda lectura. Así que si alguien afirma conocer a Dios, dicha persona debe ser obediente; si alguien dice estar con Él, debe seguir los mismos pasos, caminar como Él, amar a su hermano; pero si no lo hace es un mentiroso y la verdad no está con él, porque no obedece los mandamientos de Dios. Seguramente la comunidad joánica estaba influenciada por una corriente filosófica de ese tiempo conocida como gnosticismo, la cual ponía la salvación humana en el conocimiento de las realidades superiores, cuyo centro es Dios, pero dejando de lado las prácticas y conducta moral; separando la fe de la vida y la religión de la práctica ética.
Es por ello que San Juan previene a los cristianos sobre estas tendencias erróneas, donde se pretende al final una fe abstracta, en el mundo de las ideas, sin aterrizar en el verdadero conocimiento de Dios que significa cumplir sus mandamientos, los que el mismo evangelista resume en «amar», porque el amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (1 Jn 4,7).
Los designios y la presencia de Dios en la historia humana son inescrutables y solo pueden ser descifrados por medio de la revelación que el miso Dios permite ante la dificultad de la razón para comprender lo trascendente y sobrenatural.
Después de la crucifixión, los discípulos estaban encerrados y temerosos, con el ánimo por los suelos y las ilusiones perdidas. Fue así como se presentaron los dos discípulos de Emaús para comentarles la aparición de Jesús y el modo de reconocerlo. Todos tenían miedo, se resistían a creer, puesto que unas pocas horas antes lo habían visto morir y eso era suficiente para crear duda e incertidumbre que, unidas al temor, les hizo pensar que la presencia de Cristo en ese momento era la de un fantasma. El miedo crea alucinaciones personales o colectivas que distorsionan la realidad. Lo más significativo es que no comprenden cómo puede estar Jesús en medio de ellos, si lo vieron poco antes colgado en la cruz y morir. Solo ven el acontecimiento por una de las caras, la primera; la otra les resulta difícil e incomprensible; está oculta hasta que reciban la fuerza del Espíritu para que comprendan las escrituras que se referían al Mesías y su Pasión; su sufrimiento, su Muerte y su Resurrección.
Recuerdo en mi niñez algo que me impactó de mi padre: en muchos fines de semana, después de las labores cotidianas y el cumplimiento de lo encomendado a cada uno de los hijos, aún cuando éramos muy pequeños, nos premiaba con una salida al campo, al monte, para convivir con él y enseñarnos sobre la vida dese su óptica y experiencia de papá. Salíamos, eso sí, después de ir a la misa de las cinco de la mañana (decían que era de los lecheros) para cumplir, como buenos cristianos, con el precepto dominical, ya que no regresábamos sino hasta ocultarse el sol.
En una de esas excursiones vi a mi padre mirar con detenimiento un arbusto al que nosotros llamamos «granjeno» (especie de olivo silvestre). Después de mucho hurgar en el arbusto, sacó su navaja y empezó a cortar una horqueta, la cual, para mí, no tenía forma ni figura. Pregunté qué hacía con eso y me dijo: ya lo verás. Regresamos a casa y ya por la noche lo volví a ver con su horqueta, le pregunté de nuevo que hacía y me contestó: ya lo verás. Amarró la horqueta por las puntas hasta juntarlas una con la otra, luego con su navaja quitó la cáscara, y enseguida puso la horqueta al fuego durante un buen rato. Días después volví a verlo con su horqueta e impaciente volví a preguntar qué era lo que hacía y nuevamente me dijo: ya lo verás.
Así pasaron muchos días más y perdí el interés en aquella obra de mi padre. Un día sin que preguntara nada me dijo: ven, quiero que veas algo, y me enseñó una hermosa resortera, bien tallada, con forma y pulido como las mejores. ¡No lo podía creer! Me dijo: es para ti, cuídala. Aún la conservo con mucho cariño, pero aprendí una lección. Muchas veces vemos las cosas y los acontecimientos de manera confusa porque solo vemos una parte de ella; nos hace falta ver la otra cara de la moneda.
Cuando surge algún problema o dificultad, un fracaso o una enfermedad, la pérdida de un ser querido, el tedio y el cansancio de la vida, el miedo a seguir con un proyecto o vocación iniciada, nos llega la tentación de preguntarle a Dios: ¿Qué estás haciendo? Y Él de muchas maneras nos dice: «Ten paciencia y lo verás». Se podrá repetir e insistir en la razón de los acontecimientos, una y muchas veces, y Él, sereno y paciente, nos dirá: «Tú dedícate a cumplir con tu tarea y confía en mí, que un día te enseñaré mi obra y podrás disfrutar de ella por toda la eternidad».
San Lucas nos presenta en el Evangelio una bonita catequesis para los discípulos, presentándoles la otra cara de la moneda, abriendo su inteligencia a la comprensión del misterio y a la admiración de tan grande don.
Una de las acciones para que admiren dicho misterio y salgan de su asombro fue mostrarles las manos, los pies y el signo eucarístico de la comida en su presencia. Luego , en sobremesa, la catequesis sobre lo que la escritura decía sobre Él. Abierto su entendimiento, los discípulos comprenden el misterio de Jesús para convertirse en testigos de la Resurrección y de la gracia divina para la conversión y el perdón de los pecados.
Podemos decir que una inmensa porción de bautizados cristianos aún no conocen la cara del misterio de la Resurrección. Siguen con la actitud de ofuscación, duda, cuestionamientos de todo tipo, que nublan la mirada del alma a lo más sublime de la fe, que es la Salvación de la humanidad y el perdón de los pecados por la Sangre de Cristo, muerto y resucitado para la eternidad.
Tal vez deberíamos iniciar con una catequesis que nos admire sobre este acontecimiento y como testigos empecemos por dar razón puntual y clara de lo que creemos y de lo que vivimos. Tal vez sea tiempo de ofrecer una catequesis doctrinal acompañada de la sagrada escritura y de las celebraciones sacramentales con carácter vivencial más que ritual. Tal vez sea el momento de mostrar el rostro de la caridad, particularmente con los más necesitados, no solo en lo material sino en lo espiritual, y acompañarles en su proceso de fe. Tal vez deberíamos insistir en que la fe no se aprende solamente en las aulas o salones de la iglesia, sino en el camino de la vida testimoniada como el kerigma más sustancial y valioso que Jesús nos dejó. Tal vez podríamos ser más sensibles a los sentimientos y pensamientos de nuestros hermanos, tratando de entender y respetar lo que hay en su mundo; en las caras de su vida cotidiana. Tal vez sea la oportunidad de mostrar la mejor cara de nosotros hacia los demás con el respeto, la generosidad, la tolerancia… en fin, con el mandamiento más grande que Jesús dejó a sus seguidores: «amar», pero de verdad, no de los dientes para fuera.