En Cuaresma, acoger y vivir la verdad

ARÉOPAGO
Por Jesús De la Torre T., Pbro.
Para esta Cuaresma, el Papa Francisco nos dice: «acoger y vivir la verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos trasmite de generación en generación». La verdad es que esta es una tarea actual de los mil demonios ya que en ciertos sectores sociales, nomás nos hablan de las vacunas y opinan como si tuvieran un virus del demonio, o un chip; del debate de energías limpias o renovables, en el que todos los opositores son infalibles y casi todos los legisladores unos agachones; y la verdad deja de depender de cualquier principio, y la autoridad solo es aquella que nos cuadra al modo personal.
La sociedad necesita diversidad de fuentes informativas que difundan distintos enfoques de una misma verdad. La noticia falsa no cabe en esta afirmación. Atinadamente afirma el Papa Pablo VI: «La sociedad misma en sus distintos planos, necesita esta información para funcionar adecuadamente. Necesita igualmente ciudadanos bien informados. Así, este derecho a la información se considera hoy no solo un derecho individual, sino una exigencia del bien común» (Communio et progressio, 35).
La anterior afirmación contrasta con los hábitos de conducta de quienes se dedican a propagar mentiras como si fueran profesionales en tales tareas, lo que daña al pueblo. Abundan mentiras sobre dichos y posturas del Papa Francisco, sobre el gobierno de la república mexicana, sobre los efectos de las vacunas para enfrentar el COVID-19. También existe la tontería de no leer bien y fijarse en la televisión o radio, porque lo que se dice de una diócesis de México, de Gómez Palacio, o de Saltillo, se quiere aplicar a Torreón, sin que haya voz expresa local. Buscar y para encontrar la verdad, no deja de ser una tarea, a veces ardua y difícil.
«Ciertamente el derecho a la información tiene determinados límites», dice el mismo Papa Paulo VI, «siempre que su ejercicio choca con otros derechos, como lo son: el derecho a la verdad que ampara la buena fama de los hombres y de toda la sociedad; el derecho a la vida privada, que defiende lo más íntimo de la familia y de los individuos; el derecho al secreto, si lo exigen las necesidades o circunstancias del cargo o el bien público. Estando en juego el bien común, la información ha de ser prudente y discreta» (Ídem, 42). Pero se agrava la situación cuando no se desea saber la verdad, sino la vida cochina de alguien que ya cayó en manos de los comunicadores, como en manos de ladrones despiadados.