Epifanía del Señor (Mt 2,1-12)
Por Pbro. Aurelio González
Estamos ante uno de los textos más bellos de los Evangelios, el cual ha despertado la fantasía de niños y adultos de todos los tiempos; es un relato lleno de detalles simbólicos a través de los cuales se pretende dar una catequesis acerca del misterio de Jesús, de tal manera que el valor no radica en la historicidad de lo que se narra, sino en la enseñanza de vida que se nos quiere revelar.
El Evangelio de Mateo, al narrar la infancia de Jesús, a diferencia de Lucas, integra esta historieta de los magos que vienen de Oriente a adorar a Jesús, para abrir la escenografía a un mundo universal que es destinatario de la Salvación. Israel había caminado durante siglos definiéndose como el pueblo de Dios y considerando a los demás pueblos como paganos, no destinatarios de las promesas mesiánicas. Cristo rompe las expectativas de los judíos de su tiempo y se revela con un proyecto de Salvación universal, gestando en la Iglesia un pueblo que no tiene fronteras. Una estrella, objeto de estudio para los sabios de oriente, es el fenómeno que les conduce al pesebre en su experiencia de búsqueda, lugar donde se revela el Misterio de la Verdad. Jesús desde su infancia despierta reacciones encontradas: los magos de Oriente se encaminan al pesebre, lugar donde se detiene la estrella, para adorarle reconociéndolo como rey, como Dios y como hombre; mientras que el rey Herodes quiere indagar dónde se encuentra el niño para matarle. Seguramente para las primeras comunidades, en su proceso de maduración sobre el proyecto de Jesús, no fue fácil comprender la apertura a la Salvación para los demás pueblos, es por esto que san Mateo, al redactar su obra, insiste de manera plástica, como ya desde su nacimiento, vienen desde el lejano Oriente los magos a reconocerlo y adorarlo. Será posteriormente Pablo quien, sintiéndose apóstol para los paganos, va a romper el encerramiento de las primeras comunidades cristianas, llevando el Evangelio a la cultura griega de Asia Menor.
El reto de la Iglesia sigue siendo la inculturación del Evangelio, reconociendo en los magos de Oriente a los hombres y mujeres de todos los rincones de la Tierra y de todos los tiempos, quienes tienen derecho de encontrarse con Jesús. Entre otras cosas esto implica dos aspectos importantes: uno, desarrollar la capacidad de hacer asequible a cada cultura la esencia del Evangelio, evitando dogmatizar lo que debiera ser relativo; otro, evitar caer en la tentación de poner fronteras (culturales, sociales morales, etc.) que impidan a «los de Oriente», a «los otros», acercarse a la Salvación, que por derecho también son destinatarios.
Jesús, Epifanía del amor del Padre, despierta en nosotros el deseo de buscarte, y encontrándote, danos la gracia de ser destellos de la luz inextinguible que eres Tú.