IV Domingo de Adviento (Lc 1,26-38).
Pbro. Aurelio González
Estamos en el último domingo de Adviento, ya en vísperas de Navidad. En los dos domingos anteriores apareció la figura de Juan el Bautista como el precursor y como el testigo. En este domingo contemplamos la figura de María como la primera mujer en prepararse para recibir al Salvador del mundo.
El Evangelio de Lucas se ha caracterizado como eminentemente mariano, pues es el que transmite más textos que hablan sobre la Madre de Jesús; y en algunas narraciones, como el nacimiento, describe los hechos con tantos detalles y con tal ternura, que se ha llegado a pensar que fue la misma María quien haya catequizado al evangelista.
La belleza literaria del texto de la Anunciación ha sido fuente de inspiración para muchos artistas en diversas expresiones, como el canto, la pintura, la escultura; buscando expresar el Misterio que se manifiesta en el vientre fecundado de María. Lucas, al hablar del hecho de la Encarnación, no pretende describir la historicidad del evento; busca despertar la admiración ante el poder de Dios que cumple sus promesas y ante la docilidad de María, quien generosamente colabora a que se realice el proyecto de la Salvación. Para esto, recurre a las narraciones vocacionales del Antiguo Testamento (Abraham, Moisés, Jacob, Isaías, etc.), en las cuales ordinariamente hay un mensajero (el ángel), se da una reacción de sorpresa ante la propuesta (la sorpresa y la turbación), se pide una explicación sobre lo que razonablemente no se entiende (la interrogación al no conocer varón), se da una prueba sobre el poder de Dios (el embarazo de Isabel) y hay una aceptación final (el sí de María).
Las primeras comunidades cristianas, a través de estas narraciones literariamente creativas, más que quedarse con una lectura fantasiosa, encontraban en María un claro modelo de lo que había de ser la vida cristiana: abrirse al poder de la gracia de Dios para que a través de nosotros se realice el proyecto de vida que Él quiere para la humanidad.
La Palabra hecha carne no es un acontecimiento del pasado; se actualiza en la vida de cada creyente, quien sintiéndose destinatario de la revelación de Dios, así como lo hizo María, recibe en su corazón esa Palabra como si fuera una semilla y deja que germine y crezca hasta florecer y dar los frutos del Reino: búsqueda de la verdad, compromiso con la justicia, construcción de la paz, testimonio en el amor, etc.
Hermano Jesús, en tu nombre te revelas como el Dios que salva a la humanidad; danos el Espíritu que fecundó el vientre de María, para que como Ella, encarnemos la Palabra, y desde nuestra experiencia de fe, seamos portadores de vida plena.