La Comunión espiritual

BUENA NUEVA.- Domingo a domingo, el señor obispo Luis Martín Barraza Beltrán celebra misa de forma privada en la Catedral de Nuestra Señora del Carmen. Miles de televidentes y usuarios de las redes sociales son partícipes de la celebración, y muchos de ellos, con la ayuda del sacerdote, que explica la celebración eucarística por dichos medios de comunicación, realizan la Comunión espiritual desde sus casas. 

La Comunión espiritual es una práctica religiosa que tiene como objetivo hacernos sentir más continuamente unidos a Jesús, no solo cuando comulgamos en la misa, sino también en otros lugares o momentos. No es una alternativa a la Comunión sacramental, pero en cierto sentido la continúa y nos prepara para ella durante las visitas al Santísimo Sacramento o en otros momentos de oración. 

Hacía mucho tiempo que escuchábamos prácticamente nada sobre ella. El énfasis en participar en la misa tomando la Comunión, ciertamente bueno, ha llevado a que otras dimensiones tradicionales de la devoción cristiana fueran eclipsadas.

Recientemente el Papa Francisco ha exhortado a los fieles que rezan con él sin estar físicamente presentes, a hacer la Comunión espiritual. Lo hace proponiendo una de las fórmulas tradicionales enseñadas durante mucho tiempo en el pasado por los buenos maestros espirituales del pueblo cristiano; fórmulas que eran familiares a muchas de nuestras madres y abuelas, que iban a menudo o cada día a misa temprano en la mañana, pero que también sabían cómo mantenerse en unión con Dios, a su manera, durante las ocupaciones del día.

La Comunión espiritual, cuando no se puede recibir la Comunión sacramental, también se llama con razón Comunión del deseo. Desear que la propia vida esté unida a Jesús, especialmente a su sacrificio por nosotros en la cruz.

En este prolongado tiempo de ayuno Eucarístico obligatorio, muchas personas acostumbradas a la Comunión sacramental frecuente están sintiendo cada vez más la falta del «pan de cada día» Eucarístico.

De manera verdaderamente excepcional fue la misma Iglesia la que aceptó imponer este ayuno a los fieles, como signo de solidaridad y de participación en los asuntos de pueblos enteros obligados a limitaciones, privaciones y sufrimientos por la pandemia. El ayuno es una privación, pero puede ser un tiempo de crecimiento.

Así como el amor de los cónyuges, durante mucho tiempo alejados el uno del otro por razones de fuerza mayor, puede madurar y profundizar en la fidelidad y la pureza, así también el ayuno eucarístico puede convertirse en un tiempo de crecimiento de la fe, del deseo del don de la comunión sacramental, de la solidaridad con aquellos que por diversas razones no pueden disfrutarlo, de liberación del descuido, de la costumbre… entender de nuevo que la Eucaristía es un don gratuito y sorprendente del Señor Jesús, no obvio ni banal… que se desea de todo corazón. 

Fuente: Artículo del padre Federico Lombardi, publicado en Vatican News.