La COVID-19 descobija lo egoísta y lo inhumano

Por: Pbro. Jesús De la Torre.

BUENA NUEVA.- La enfermedad llamada COVID-19 por la Organización Mundial de la Salud, es un real problema internacional de salud, que se encaja como tarea personal y cotidiana en las sencillas medidas de prevención que todos debemos acometer. Y como cualquier providente padre de familia, los jefes de Estado, los pastores-obispos, los empresarios, etc., se preguntan a qué hora y por donde entró la tal COVID-19, nada más con la mala leche de averiar la casa y mandar a la porra toda la tranquilidad con la que vivíamos nuestras vidas. Esa mugre de virus nos ha quitado la mayoría de los espectáculos, nos ha hecho lenguas sueltas para acusar a todo mundo de este mal, sobre todo al presidente de la república; nos ha facultado a ser rezongones a cualquier persona que nos invita a la calma, a que le bajemos a la carga de nervios. El citado virus nos tiene hechos un enredo.

La COVID-19 es una asesina que se ha llevado al hoyo a miles de ciudadanos del mundo y ha dañado a los mercados financieros, al comercio; ha activado en demasía al cerebro de Donald Trump que profiere con su lengua larga multitud de daños a las naciones, a las personas; ha dañado la conciencia personal, donde con la preocupación muy sana, ya que el amor a Dios comienza con el amor a uno mismo, hemos interpretado las cautelas en exceso  y muchas que no son necesarias, las hemos hecho casi divinas, por lo que se escuchó en la tienda cercana o con el vecino que al pasar por nuestra banqueta, nos hizo un comentario de soberano criterio que rebasa  lo que dice la ciencia, lo que dice la fe y nos sentimos facultados a descalificar toda razón que no coincida con la nuestra. La COVID-19 descalifica lo egoísta y lo inhumano que ya hace tiempo llevamos en el corazón por el sistema individualista que llevamos muy dentro y que pensamos que es cumbre de fe.

Este es un virus que ya en algunas regiones del mundo se va venciendo, pero en otras abundan exhortos a la desesperanza donde no hay otro recurso que el aislamiento, que no dudamos que pueda ser benéfico, como frente al ataque del injusto agresor, pero una conciencia de pueblo tiene una enorme potencia de buen ánimo, de alegría. Pero el pueblo y sus élites tienen un divorcio como si se tratara de una separación marcada por el odio. No es tiempo de descuidos, pero sí de una atenta observación de la voz evangélica de los «signos de los tiempos», que al no reconocerlos nos vamos al mundo de los hipócritas que ahorita abundan como plaga de langostas.