La cultura de la muerte
Por: Mons. Luis Martín Barraza Beltrán
BUENA NUEVA.- Estamos acostumbrados a escuchar la expresión «cultura de la muerte» y relacionarla, tal vez, con todas las ejecuciones organizadas por la industria del crimen, por diferentes motivos (secuestro, extorsión, robo, enfrentamientos, narcoejecuciones, etc.). Esto nos ayuda a tranquilizar rápido nuestra conciencia, porque la culpa la tienen «los malos», y nos deshacemos del problema, nosotros «estamos bien, somos los buenos». Pero cuando «la cultura de la muerte» se nos presenta fuera del esquema «buenos y malos», nos estremece. Los lamentables hechos del Colegio Cervantes cimbran la conciencia social, porque duele la pérdida de vidas inocentes, pero, también, porque esta vez no podemos culpar a nadie en particular, se nos derrumba el mito de que «estamos bien y no necesitamos de nada», y mucho menos de lo que trasciende lo material o cierta lógica racional.
Cuando la cultura de la muerte alcanza a lo más inocente de la sociedad, algo que consideramos casi sagrado como lo son los niños, y la gente de bien como una maestra, lastima profundamente a su entorno y a toda la familia humana. En los sentimientos de consternación y hasta de indignación contra el mal, frente a estos acontecimientos, nos damos cuenta de que estamos entrelazados unos con otros. Si en la superficie de la convivencia, a veces, podemos ser indiferentes unos hacia los otros, lo que ahora experimentamos por la tragedia en el Colegio Cervantes nos revela que hay una vocación profunda a la fraternidad, por lo cual nos alegramos y entristecemos con los demás, más allá de cualquier diferencia. En este sentido, José Ángel y Miss Mary son apóstoles del espíritu comunitario de nuestra sociedad.
Que nadie se atreva a profanar con intenciones mezquinas, queriendo hacer «botín» en favor de algún interés particular, el legado de estos hermanos. Vamos haciendo justicia a su causa de convocación a la unidad para defender la dignidad de la persona, la santidad de la familia y el respeto por el bien común. Que su sangre no haya sido derramada en vano, o que simplemente nos quedemos con el impacto mediático-emocional, y que pronto se nos olvide. No acabemos de consumar el crimen del que nos acusan estos hechos, sepultando el clamor que hay en ellos. Entonces sí seríamos una sociedad asesina. Todavía podemos argüir que no sabíamos, que no nos dimos cuenta, pero en adelante no podemos fingir demencia.
Caín, ¿dónde está tu hermano? La sangre de tu hermano clama desde la tierra (Gn 4,9-10). La sangre de nuestros hermanos está pidiendo justicia para ellos y para todos los que están en peligro de terminar como ellos. Caín es toda la sociedad que deja entrar la mentira en su convivencia, construyendo «madrigueras» desde donde el mal ataca. Les fallamos a los que salen intempestivamente de este mundo, por violencia propia o ajena. ¿De dónde procede esta violencia?
Vivimos en un contexto de violencia. Desde que no respetamos la verdad de cada persona o cosa, empezamos a generar violencia. Hay una gran confusión sobre la verdad del ser humano. Unos lo reducen a cuerpo, otros a su imagen, otros a su inteligencia o a las cosas que tiene, otros a la capacidad de dominar a otros o a su sexualidad, etc. Con frecuencia, en nombre de la educación laica, se ataca el espíritu religioso y se promueven visiones contrarias a la vida, a la familia y a una sana sexualidad. Necesitamos una visión integral de la persona.
La violencia continúa, cuando además de una educación no abierta a valores más amplios, la convivencia cotidiana está llena de mentiras. Muchos no respondemos a la expectativa de la verdad que decimos ser o pregonar. Diciendo cosas falsas unos de otros hacemos violencia. Si no vivimos conforme a la fe que profesamos; si la justicia ampara la corrupción o se hace cómplice de los criminales; si el servidor público se enriquece con lo que es de todos; si los líderes religiosos «devoran a sus ovejas»; si la democracia promueve el fraude; si las familias no dan amor; si se dan infidelidades y divorcios en los matrimonios; si el patrón explota a sus obreros; si todos nos faltamos continuamente el respeto; si hacemos violencia al orden natural y a la naturaleza; si se promueve la violencia en las redes sociales… está todo preparado para que «estalle la bomba» en cualquier lugar. Y si, además, facilitamos las armas a nuestros jóvenes, pues seguiremos teniendo estos lamentables acontecimientos, aunque se tomen algunas medidas inmediatas.