La pandemia y otros flagelos ante el nacimiento

AREÓPAGO

Por Jesús De la Torre T., Pbro. 

     El pasado 3 de octubre, el Papa Francisco firmó una encíclica titulada Fratelli tutti, inspirada en la línea espiritual de fraternidad de san Francisco de Asís, santo al que le debemos la iniciativa de venerar el nacimiento de Jesús, con nacimientos sencillos, en las basílicas, catedrales, parroquias, monasterios, conventos, domicilios, etc. Tal iniciativa rebasó los espacios religiosos y se adentró en los espacios civiles, en las plazas, las grandes avenidas de las grandes ciudades. Luego a la grandeza de estas celebraciones, se añadió el árbol de Navidad, y el Santa Claus como un paracaidista, un pirata, pero ¡ah como venden los comerciantes con ese muñeco, ya que para ellos el tiempo de Navidad se comienza a promover desde septiembre! Y la Navidad se transforma en mercado. 

     Pero el COVID-19 llegó este año 2020 como un asaltante, a nivel mundial, y nos ha puesto una aporreada tan severa, que nos impide serenidad para la reflexión ante tamaña epidemia y así se da que unos no creen y otros sí, unos se tornan en dogmáticos del tapabocas y otros organizan bailes, las autoridades descarrilan fiestas del tapabocas, donde no solo están jóvenes y los participantes se defienden con mentadas de madres; a los templos se ordena que no los frecuenten los creyentes, y en Inglaterra estos recintos los declaran servicios esenciales porque son oasis espirituales para quienes quieren una oportunidad para meditar sobre el sentido de la vida,  la sabiduría del comportamiento humano. No todas las medidas están tan bien pensadas, por eso la dificultad de que el pueblo las entienda y acate. 

     El Papa Francisco, en su citada encíclica, nos dice: «Pero olvidamos rápidamente las lecciones de la historia, “maestra de vida”. Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y de nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino solo un “nosotros”. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia nueva forma de vida nueva y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos nosotros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado» (FT, 35).