La Resurrección en tiempos sin sabiduría

AREÓPAGO
Por Jesús De la Torre T., Pbro.
Cuando crucificaron a Cristo, a la primera comunidad de creyentes se le planteó un serio problema con la incredulidad, pues, aunque Él había dicho muchas veces que resucitaría, nadie le creyó, ni siquiera los de casa. Para ellos, muerto estaba aquel espléndido Maestro que no se cansaba de predicar por los montes, caminos, los lagos y los pueblos de la Palestina. Lo crucificaron y según el sentir de los discípulos de Emaús, todas las esperanzas se fueron al caño. Complicaron el hecho la información, la desinformación y la incredulidad de los testarudos y tercos que se dan como plaga en cada comunidad y barrio.
En la sociedad democrática actual, con el goce ilimitado de la libertad de opinar, muchos sin fundamentos sólidos creen lo que les conviene creer.
Pero como dice el Papa Francisco: «La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad. Pero hoy todo se puede producir, disimular, alterar. Esto hace que el encuentro directo con los límites de la realidad se vuelva intolerable. Como consecuencia, se opera un mecanismo de “selección” y se crea el hábito de separar inmediatamente lo que me gusta y lo que no me gusta, lo atractivo de lo feo. Con la misma lógica se eligen a las personas con las que uno decide compartir el mundo. Así las personas o situaciones que herían nuestra sensibilidad o nos provocaban desagrado hoy sencillamente son eliminadas en las redes virtuales, construyendo un círculo virtual que nos aísla del entorno en el que vivimos.
»El sentarse a escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el propio círculo. Pero “el mundo de hoy en su mayoría es un mundo sordo […] A veces la velocidad del mundo moderno, lo frenético, nos impide escuchar bien lo que dice otra persona. Y cuando está a mitad de un diálogo, ya lo interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no terminó de decir. No hay que perder la capacidad de escucha”. San Francisco de Asís “escuchó la voz de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del enfermo, escuchó la voz de la naturaleza. Y todo eso lo transforma en un estilo de vida. Deseo que la semilla de san Francio crezca en tatos corazones”» (Fratelli tutti, 47-48). Asumamos la autoridad moral del Papa Francisco para que nos ayude a temperar un poco tanta intolerancia social.