Las ofrendas por la celebración de los Sacramentos
Por: Mons. Luis Martín Barraza Beltrán, obispo de Torreón.
BUENA NUEVA.- Dado que se trata de asuntos muy concretos de la vida parroquial, he querido sacarle el mayor provecho posible a la Instrucción La conversión pastoral de la comunidad parroquial. Hacia el final del documento trata el tema de las ofrendas. Se mueve entre la gratuidad de los servicios pastorales y la formación en la corresponsabilidad a los feligreses, «para que contribuyan voluntariamente a las necesidades de la parroquia, que son “suyas propias” y de las cuales es bueno que aprendan espontáneamente a responsabilizarse».
Recordando el can. 945 § 2, «se recomienda encarecidamente a los sacerdotes que celebren la Misa por las intenciones de los fieles, sobre todo de los necesitados, aunque no reciban ningún estipendio», antepone la gratuidad a todo lo demás. Esto va muy de acuerdo con lo que pide Jesús a sus discípulos: «…gratis lo han recibido, entréguenlo también gratis» (Mt 10,8). Dice, también, que «en materia de estipendio evítese hasta la más pequeña apariencia de negociación o comercio» (can. 947).
De ahí que la ofrenda debe hacerse por un acto libre por parte del oferente, «dejado a su conciencia y a su sentido de responsabilidad eclesial, no un “precio a pagar” o una “contribución a exigir”; como si se tratara de una suerte de “impuesto a los sacramentos”».
A lo anterior debe corresponder una toma de conciencia de todos los bautizados de contribuir con su aportación económica a la misión evangelizadora. Esto debe ser así, «de modo especial en aquellos países donde el estipendio de la Santa Misa sigue siendo la única fuente de sustento para los sacerdotes y también de recursos para la evangelización».
De este modo, la Instrucción, logra un equilibrio entre la acción pastoral y la administración económica. No se puede prescindir de ninguno de ellos, pero se le debe dar su justo sentido a cada uno. Se deberá dar forma pastoral a la economía y no al revés. El lucro nunca deberá ser criterio pastoral. No se debe comprometer el espíritu profético por ganar unos centavos más. Algo que queda claro en las condiciones del envío de Jesús a sus discípulos, es que los quiere libres para la misión (Mt 10,9-10). Tampoco se debe tener miedo de educar a la gente en su responsabilidad de ayudar a sostener la misión evangelizadora. La Iglesia necesita de recursos y la fe adulta lleva a comprometerse con el espíritu y con los bienes. Es como el amor de los esposos, por más que es un sentimiento muy sublime, tarde que temprano se debe reflejar en «la cartera», bajo riesgo de que no sea cierto.
La economía deberá organizarse de tal modo que resulte ella misma evangelizadora: Será, primeramente, un signo de cercanía a nuestra gente, porque estará hecha del tamaño del esfuerzo y las posibilidades de la comunidad. Las luchas de las familias para su sustento lo deberá ser también de la parroquia. También, será una oportunidad de crear comunidad a través de las iniciativas que surjan para organizar la economía. Trabajando por la obra material, se construye el templo espiritual. Por último, deberá ser una economía atenta a «las necesidades reales de los fieles, sobre todo los más pobres y necesitados».
«Esta sensibilización podrá ser tanto más eficaz cuanto más los presbíteros, por su parte, den ejemplos “virtuosos” en el uso del dinero».