Lo que hemos perdido con el COVID-19
Jesús De la Torre T., Pbro.
El COVID-19 nos mandó al carajo las aulas escolares, las empresas, los templos, los aviones y, ahora, con su última encíclica, el Papa Francisco nos hace reflexionar que con tal virus, el sistema neoliberal con sus distintas modalidades nos hizo ver que trabajábamos en un mundo financiero, económico, político, social que fue incapaz de dar respuestas inteligentes y adecuadas al horroroso virus, sembrador de muertes y apto para desesperar a políticos, que en sus ganas de mantenerse en el poder, mienten, distorsionan, quitan importancia al que primero llamamos coronavirus, que ya nos tiene hasta la coronilla y hace a un buen número de periodistas dejar su papel de comunicadores para convertirse en gerentes o agentes de salud.
Los meros copetones de la política, de la escuela, de las religiones, nos dijeron que nos fuéramos a la casa –quédate en casa– como recinto de huida para defendernos del virus, y como no convencieron a muchos sus argumentos, no todos quieren el tapabocas, ya que se sigue diciendo, con su modito, que los hospitales están al 50% de su capacidad o al 80%, y en su modo de expresión, muchos entienden que ya están saturados. Esto es serio, pero la seriedad se cumple diciendo la verdad y no buscando que otra cosa se entienda para que la gente tenga miedo, se asuste.
Quizá hemos perdido la oportunidad de que las aulas escolares, los templos, las empresas, los aeropuertos, etc., se conviertan, cada uno a su modo, en el recinto de toma de conciencia. No se trata de huir sino de enfrentar. Se cuenta que en la centenaria revolución mexicana, el general «Pencas», tenía la fama de ser muy bragado y arengaba a sus soldados así: «Adelante, mis valientes, que para morir nacimos; si nos atacan, huiremos, si corren ellos, sobre ellos, que serán los perdedores».
El COVID-19 es una realidad que diezma pueblos y es necesario que sea el mismo pueblo el protagonista para vencer este mal. A poco se le dice casi lo mismo para que le halle al modo, pero que se lo digan de modo, porque si la gente no entiende, hace sus bodas, sus pachangas, sus bailes en los panteones. Aulas escolares, empresas, templos… no deben de ser refugio de huida, sino lugares de toma de conciencia, de estudio y reflexión para descubrir qué hacemos con este horrible virus. Es altamente valioso y benéfico que en este asunto de la pandemia se le dé también al pueblo su lugar protagónico, y por otro lado, que no se le deje solo.