Mensaje de Cuaresma 2020

Por: Mons. Luis Martín Barraza Beltrán
BUENA NUEVA.- «Ha llegado la hora en la cual los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,23). Hemos iniciado la Cuaresma invitados por Dios a volvernos a Él. Lo que hace diferente este tiempo es la creatividad de Dios que nos vuelve a proponer su misericordia. En realidad es la misma propuesta de siempre: «Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo “pecado” por nosotros, para que, unidos a Él, recibamos la Salvación de Dios y nos volvamos justos y santos» (2 Cor 5,21). Lo verdaderamente nuevo es que a Dios no se le acaban las ideas para proponernos su amor. Por ello nos pide hablar su mismo lenguaje, una fe y un culto que broten del corazón: «… y tu Padre que ve lo secreto te recompensará» (Mt 6,4.6.18).
Purifiquemos nuestra relación con Dios. El drama del «hijo pródigo» y del «hijo mayor» nos acecha a todos. Nuestra relación con Dios puede ir degenerando en un comercio o, peor aún, en un chantaje, donde yo busco mis propios intereses, acusando de este modo a Dios de que Él busca los suyos. Ambos hijos dejaron de serlo y se fueron relacionando con un «usurero» que abusaba de ellos: «Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y nunca me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos…» (Lc 15,29). El hijo menor llegó a desear la muerte de su padre, al pedirle la parte que le tocaba de la herencia. Ésta se repartía solo después de la muerte del padre. Es como si le reprochara que estaba pagando con sangre los miserables cuidados que recibía. Como si el padre lo asfixiara con el pretexto de brindarle seguridad. Le hace sentir a su padre que lo mejor que puede hacer por él es morirse. ¡Y pensar que esto sucede en la vida real! Consideró que podía por sí mismo organizar su libertad, pide que le sea entregada su vida, para dar una cátedra de lo que es la felicidad. Sabemos el resto de la historia.
Al hijo mayor le faltó el valor para huir, pero, de corazón, también se había ido de casa. No tenía la confianza de considerar suyo lo de su padre, era más cómodo servirse de él que amarlo (Lc 15,31). Su padre y hermano más bien eran rivales. Prefería vivir del rencor por lo que se le debía y la perdición del que se había ido de casa.
Contaminada la relación con Dios de intereses egoístas, le sigue la destrucción de la fraternidad, el hombre se hace lobo del mismo hombre: surgen los abusos contra la vida, las múltiples formas de violencia, la destrucción del medio ambiente, la distribución injusta de los bienes de la Tierra, la explotación de las personas de diferentes formas y la sed desenfrenada de ganancias (Papa Francisco). Sin Padre, estos jóvenes se hicieron incapaces de ser hermanos.
«Me levantaré y volveré a mi Padre…» (Lc 15,18). Regalémonos este gesto de dignidad que significa el deseo de conversión. Dejemos entrar la santidad de Dios en nuestro corazón, para que nos haga ambicionar sus ilusiones y nos libere de nuestras mediocres aspiraciones mundanas. Permitamos a Dios que tome posesión de nuestras vidas y suscite en nosotros sentimientos fraternos. ¡Felices Pascuas de Resurrección!