México tiene hambre de Dios y evangelización
BUENA NUEVA.- La Dimensión Nacional para la Nueva Evangelización y Catequesis de México (DINNEC), reflexionó en torno a la pandemia de COVID-19 como se está presentando en nuestro país.
En un comunicado firmado por el equipo coordinador de esta dimensión, se llegó a la conclusión de que este tiempo de pandemia se resume en cuatro palabras: nuestro pueblo tiene hambre.
«Por un lado, tiene hambre de frijoles y tortillas, de empleos y de apoyos, de verdad y solidaridad; por otro lado, tiene hambre de Dios y de evangelización, tiene hambre de la Eucaristía y de los sacramentos, hambre de la guía y del consuelo de sus pastores y de sus catequistas», se recalca en el comunicado.
Las sanas y auténticas relaciones con nosotros mismos
Los catequistas señalan que esta pandemia es también una advertencia para volver a muchas cosas que nunca debimos haber olvidado. Por ejemplo:
Las sanas y auténticas relaciones con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y con Dios. Reubicar mejor los valores que hemos desordenado y recuperar el auténtico sentido de la vida, para el que fuimos eternamente ideados y eternamente elegidos.
La famosa «sana distancia», tan recomendada en estos tiempos, ha venido también a revalorar el beso y las caricias, la importancia del saludo, de la cercanía del abrazo, de la comunión y la interdependencia sin la cual no es posible vivir.
Nos hemos dado cuenta de que mientras lamentablemente muchos hermanos mueren de problemas respiratorios, nuestra Casa Común respira mejor; que los arroyos, los manantiales y las playas son más transparentes; que los pingüinos, los burros, la flora, la fauna y todas las criaturas tienen también una palabra qué comunicarnos en este momento pandémico de la historia.
Se está sintiendo literalmente y más allá de las costumbres, y del «cómodo criterio del “siempre se ha hecho así”» (cfr. EG, 33), más hambre y más sed de Dios, por donde quiera están surgiendo nuevas maneras de satisfacer esta hambre, que para nosotros también es esencial.
Ante el llamado a cerrar los templos y a celebrar sin presencia física de fieles, hemos comprendido mejor lo que es adorar al Padre en espíritu y en verdad. El padrenuestro ha venido a ocupar el lugar místico que le pertenece, y el poder de la oración de intercesión mansa y humilde, es hoy con más lucidez, lo que ha sido siempre: el refugio, el consuelo y la medicina que cura, no solo las enfermedades del cuerpo, sino también del alma.
«No lo olvidemos, hermanas y hermanos catequistas, la Iglesia solo atrae de verdad cuando la gente que sufre puede descubrir dentro de ella a Jesús curando la vida y aliviando el sufrimiento», añadió el DINNEC.