Naciendo en un pesebre no se tiene por qué reclamar ser Niño Dios

AREÓPAGO

Por Jesús De la Torre T., Pbro.      

Hace pocos años, el entones tercer obispo de Torreón, don José Guadalupe Galván Galindo, hacía notar a la entonces su Diócesis de Torreón lo notable que era el que se diera la consagración episcopal de don Luis Martín Barraza Beltrán, el 29 noviembre de aquel año, como cuarto obispo de Torreón, para que iniciara el ejercicio de su episcopado con el inicio del año litúrgico. El tiempo lo va haciendo cada vez mejor obispo. Pero este año, nos sorprendió el Adviento, que hoy se inicia, fecha que anuncia tristezas, soledades, fiestas marianas y navideñas sombrías. Pero los laguneros vivimos estos eventos entre sorprendidos y descuidados. Se mueren los vecinos, platicamos y nos vamos a las fiestas.

Fijémonos en lo que dice el Papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti: «Hoy podemos reconocer que nos hemos alimentado  con sueños de esplendor, grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad, nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad, hemos buscado el resultado rápido y seguro y nos hemos abrumado de impaciencia y ansiedad. Presos de la virtualidad hemos perdido el gozo y el sabor de la realidad. El dolor, la incertidumbre y temor y la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestra sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia» (FT, 33).

El Adviento con el que hoy comienza el año litúrgico, es una invitación a repensar todos y todo. Quizás estén equivocados los que piensan que terminada la pandemia todo continuará como antes, sobre todo el comercio, las finanzas, la política. Severa equivocación como ya se han equivocado muchos que cumplen sus responsabilidades cristianas con «ver la misa».  El Papa Francisco es puntual en su observaciones. Dice: «Pero olvidamos rápidamente las lecciones de la historia, maestra de la vida. Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería caer aun más en la fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén los “otros”, sino solo un “nosotros”. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año» (35).