No murió, se mudó a mi corazón

Reflexión del Tercer Domingo de Pascua

Por: Pbro. Javier Gómez Orozco 

BUENA NUEVA.- Reconocer a Jesús después de su Muerte y Resurrección es una tarea difícil para cualquiera y más aún para los que no creen. Es necesario contar con el don del Espíritu Santo para discernir los signos y maneras como Jesús se aparece y se manifiesta a los discípulos. A cuatro semanas de celebrar un aniversario más de la pascua de mi papá, recuerdo a propósito un comentario acerca de la muerte de otra persona: supe que murió tu papá… ¿cuándo sucedió? La respuesta fue sencilla: no murió, se mudó a mi corazón y a mi mente. 

Los discípulos de Jesús, al principio, estaban desconcertados pero fueron leyendo los signos de la presencia de Cristo resucitado. El primer signo es la escritura. En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, el apóstol Pedro se pone de pie para decir que Cristo es el anunciado y acreditado por Dios con milagros, prodigios y señales. Los profetas anunciaron al mesías; David era profeta y Dios le había prometido que un descendiente de él se sentaría sobre su trono; Pedro dice que Jesús es el descendiente, el Mesías elegido por Dios. 

Así que la escritura se cumple. Los discípulos de Emaús tenían dificultad para reconocer los signos de la presencia de Jesús, sus ojos estaban nublados de tristeza, de desilusión y no alcanzaban a mirar más allá. Sus esperanzas estaban enterradas en el sepulcro. Ni las noticias del sepulcro vacío hicieron eco en sus corazones. Estaban derrotados, desanimados y desconcertados, pero hasta allí. Por eso Jesús, por el camino a Emaús, empieza por hacerles un recuento de la escritura y las profecías mesiánicas que apuntaban a su persona. 

Los discípulos de Emaús aprendieron la lección. Del desánimo, la tristeza y el desconcierto, pasaron a la fe en la presencia de Cristo con el pan de la Palabra y de la Eucaristía. 

Emaús es el camino de la fe que todos los cristianos debemos recorrer, sin perder de vista la importancia de la escritura, la Palabra, la profecía y su cumplimiento y, así mismo, de la Eucaristía, para reconocer a Jesús como nuestro Señor. No ha muerto el Señor, está vivo, se ha mudado a nuestros corazones y ahí permanecerá hasta el fin de los tiempos. 

El tercer signo es la Iglesia. El nacimiento de la Iglesia se da en Pentecostés, cuando los discípulos reciben el don del Espíritu Santo, haciendo presente a Jesucristo en el mundo por la Palabra y los sacramentos. 

La escucha de la Palabra que constantemente se proclama en nuestras comunidades de estudio, de reflexión, o para la evangelización, es claramente el recurso más ilustrativo para abrir nuestro corazón y nuestra mente a la presencia de Cristo resucitado. 

Debemos descubrir, por la fe, la presencia viva de Jesús. No estamos solos, el Maestro camina con nosotros. Tenemos un hogar, un nuevo Emaús que es nuestra madre la Iglesia y ahí encontraremos al Señor resucitado, todo es cuestión de fe y de tiempo.