No solo de pan sino también de la oración

Por: Pbro. Juan Carlos Espinoza Gutiérrez.

BUENA NUEVA.- La experiencia del pueblo de Israel en el desierto es también la experiencia de la Iglesia en el mundo actual.

Allí el pueblo aprendió que su vida estaba en las manos generosas de Dios, que no dependía de sus propias fuerzas, aunque pareciera que Dios lo estaba abandonando. El pueblo pasó hambre y muchas necesidades, se sintió desfallecer, se vio perseguido y acosado. 

Pero allí también experimentó el poder de Dios que con brazo fuerte y mano poderosa los libró de los enemigos, los alimentó y los llevó a la tierra prometida. Nada sucedió porque el pueblo fuese poderoso, sino por pura gracia de Dios que les sacó de la esclavitud y les alimentó durante su paso por el desierto. 

Nuestra sociedad se sabe hoy también en camino, un camino que siempre nos ha de llevar al encuentro con Dios. Es también un camino de desierto, llamado cuarentena, en el cual ya llevamos 90 días aproximadamente sin la oportunidad de asistir a la Eucaristía y más aun sin recibir la sagrada Comunión sacramental.

Nuestro  peregrinar es en busca de la morada definitiva. Cada uno, cada familia, sabe de las penurias y dificultades, de los momentos de gozo pero también de los muchos momentos de dolor y desesperanza que hemos enfrentado en nuestros hogares y sabemos por experiencia que nuestras fuerzas son pequeñas, que estamos muy limitados; sin embargo, en medio de nuestro caminar siempre podemos hacer un alto para levantar la mirada y volver nuestros labios a Dios, una parada en el camino que es alentadora y nos llena de paz interior sabiendo que la presencia de Dios siempre ha estado  ahí.

Por eso es necesario darnos este tiempo para la oración y contemplación de cada uno de los acontecimientos que estamos viviendo y a través de los cuales Dios se hace el encontradizo, para alentarnos, acompañarnos y fortalecernos.

En la oración podemos aprender que nuestro caminar tiene sentido, que a pesar del cansancio y la desesperación que hayamos pasado vale la pena seguir esforzándonos por cuidarnos y mantenernos libres de esta epidemia. 

Es en la oración donde descubrimos que no estamos solos, que aun ahí en cada uno de nuestros hogares nos encontramos con los hermanos y hermanas que nos rodean, que también se están esforzando en el mismo camino, en el cual Dios está con nosotros, porque se ha hecho alimento en su Palabra, que da la vida verdadera, consejo y aliento. «El que come de ese pan vivirá para siempre» (Jn 6,51). Ahora ya sabemos que no solo de pan vivimos sino también de la oración, Comunión, de la Palabra y de la relación con nuestros seres queridos.

Sabemos que nuestra oración, nuestros esfuerzos, valen poco, y reconocemos que en la oración hallamos la vida verdadera, la que no se acaba, la que nos orienta en nuestro caminar. 

Los problemas diarios, en el trabajo, en la familia, en la ciudad, son los mismos. No han cambiado. Pero nosotros hemos recibido la Palabra llena de vida por la cual recibimos la visita de Dios en nuestros corazones. Sentimos su gracia y su fuerza… y seguimos caminando. Que Dios nuestro Señor nos fortalezca y acompañe siempre.