No teman, soy yo
Mt 14, 22-23
Por: Mons. Luis Martín Barraza Beltrán , obispo de Torreón
BUENA NUEVA.- «Inmediatamente después de la multiplicación de los panes…». En el Evangelio de Mateo no existe discurso del pan de vida, como en Juan, pero este pasaje puede funcionar como una catequesis post sacramental, considerando que la multiplicación de los panes hace referencia a la Eucaristía. En ambos casos la fe en Jesucristo sigue pendiente, a pesar de la fascinación frente al signo. Como si también en este texto Jesús dijera como en san Juan: «Esfuércense por conseguir no el alimento transitorio, sino el permanente, el que da la vida eterna». Y este alimento es creer en Jesucristo.
Qué mejor manera de conocer la fe de los discípulos, que verlos cómo enfrentan las situaciones más adversas de la vida, ellos son signo de la Iglesia que avanza en medio del mundo. Venían de una experiencia tan sublime, se habían admirado de ver los doce canastos sobrantes. Jesús los había tenido que apartar de aquel lugar: «Luego hizo que los discípulos subieran a la barca…». Sin embargo, realmente, creían en un fantasma, en una proyección de ellos mismos y no en Jesús. También Herodes creía que Jesús era el «fantasma de Juan el Bautista», sobre el cual proyectaba sus remordimientos (Mt 14,1-12).
Así las cosas, la tempestad más que afuera estaba en el corazón de los discípulos. Son una Iglesia que lleva mucho ruido en su interior. Es probable que la multiplicación de los panes les hubiera alborotado más la expectativa mesiánica. La «olas» y el «viento contrario», parece que son más sus pretensiones. Habían estado tan cerca del poder, lo que ellos buscaban realmente en Jesús, que al no lograr alcanzarlo se sienten frustrados, perdidos. San Juan nos cuenta que hasta querían proclamar rey a Jesús (Jn 6,15). Se había perdido la gran oportunidad que estaban esperando. Hasta entonces la misión avanzaba entre muchas dificultades, y ahora que se habían acomodado las cosas, Jesús no deja a sus discípulos sacar provecho. Al parecer, Jesucristo mismo tuvo que ubicarse frente aquel acontecimiento, se retira al monte a orar, para hacer de aquello un signo del Reino y no solo un espectáculo; había el riesgo de que fuera aquello un triunfo del Maligno que siempre le estaba diciendo: «Convierte las piedras en pan» (Mt 4,3).
Que los discípulos están llenos de «mundo», queda de manifiesto cuando Jesús se acerca a ellos caminando sobre el lago. Proyectan en Él su confusión, se resisten a reconocerlo porque no viene a ellos como ellos lo esperan. Comienza la «lucha» entre el «Soy yo», por tanto la realidad de Jesús, y la fantasía de los discípulos. Por más que su imaginación les ha creado aquella tempestad en «un vaso de agua», se aferran a ella. Jesús les invita a entrar en su realidad de Hijo de Dios. Pedro se atreve a pedirle una prueba para poder creer en él. Jesús le permite ir desde su duda hacia él, pero no lo abandona cuando se hunde.
No conocer bien a Jesús se vuelve un problema más. La fe supersticiosa nos ofrece un Dios a la medida de nuestro deseo, sin mucho compromiso, pero que no responde a las inquietudes más apremiantes de la existencia. Es necesario escuchar a Jesús hasta que sintamos el consuelo suyo que nos dice: «Soy yo».