Nomás nos quedan tres días para pecar
BUENA NUEVA.- El Carnaval es una fiesta popular que nació en la Edad Media, según consigna la historia, pero de esto acontece lo mismo que a los ciudadanos mexicanos que les preguntan a qué se deben algunos de los «puentes» que impusieron presidentes de la República en años anteriores, «viendo por la paz y prosperidad de la nación». No hace muchas décadas, en los seminarios, conventos, monasterios, para contrarrestar el mundo del pecado del Carnaval, en esos días se hacían exposiciones continuadas del Santísimo, se llevaban a cabo adoraciones de turnos al Santísimo, ocupándose el tiempo libre en la práctica de algún deporte. ¡Ah, qué cosas!
El Carnaval nació como una interpretación sesgada de un hecho religioso: nomás nos quedan tres días para pecar, porque ya viene el Miércoles de Ceniza y para entonces hay que amarrarse todo instinto que nos lleve al pecado. ¿El hombre de nuestros días piensa en esos términos religiosos? Aunque el Miércoles de Ceniza no deja de ser una práctica popular avasallante, los más nada saben, y los pocos que saben, tienen la idea de que se trata de una práctica piadosa, superior a rociarse con agua bendita, pero ni por nada, como un acto que invita a la conversión, que lleve a un cambio de modo de pensar y de querer, para que el mundo sea más fraterno y justo, y de paso a que la gente no deje de protestar por injusticias, pero respetando los derechos de terceros, los edificios y monumentos cuya construcción es costosa para el pueblo.
Nadie, con criterio bien formado, dice que es pecado participar en un carnaval, pero lo que sí es muy grave es vivir en un mundo injusto, verlo con naturalidad y no mover un dedo para luchar contra lo que la moderna reflexión teológica llama las «estructuras de pecado», que las refuerza todo aquel que para nada influye para que cambie lo que nos está jodiendo y por lo tanto, también al pueblo. Que asesinen a otro cristiano no es culpa solo del autor material sino de todos los que no movemos un influjo para que el mundo no sea tan salvaje. Cuando estemos en tiempos de Cuaresma, lo más seguro para la conciencia y para el entorno comunitario en el que vivimos, es vivirla como una fuerte invitación a influir para que el mundo cambie, pero el cambio debe arrancar, como primer paso, de uno mismo. ¡Órale! Para no aventarle la prédica al otro.