Peregrinaciones y reliquias
Por Mons. Luis Martín Barraza Beltrán, obispo de Torreón
BUENA NUEVA.- Ahora que debido a la pandemia hay incertidumbre sobre la posibilidad de llevar a cabo las peregrinaciones y reliquias acostumbradas en honor de la Virgen de Guadalupe y de los santos, apreciemos su significado. Se trata de la «rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos… y refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer» (DA, 258).
Si alguien tiene duda de que Dios existe, asómese a ver las expresiones de fe popular, son un derroche de abandono en Otro, una oración desde lo más profundo del corazón, un ejercicio de gratuidad donde se ofrecen sacrificios corporales y ofrendas materiales, todo envuelto en un ambiente de fiesta y de comunidad. La cultura se pone al servicio de la fe, le da un lenguaje hecho de espacios, movimientos, ritmos, símbolos, ritos, formas, tiempos, comidas, bebidas, vestidos, oraciones, encuentros, etc., para entrar en comunión con la ternura de Dios. Y la fe enriquece a la cultura brindándole la posibilidad de cultivar a los pueblos desde los más altos ideales; les quitamos la fe y se empiezan a arrastrar sobre sí mismos.
Es cierto que lo dicho es cuestionable, porque hay sospechas sobre la religiosidad popular en el sentido de que es fanatismo, superstición. Es lo que algunos piensan de la religión en general, que pertenece a un estadio infantil de la humanidad que no se acaba de superar. Ya llevamos algunos siglos queriendo curar esta «enfermedad», pero no se ha podido. Por el contrario, en el siglo presente, parece que el interés por la espiritualidad aumenta, no así por las religiones. De todos modos, contemplemos las expresiones de fe popular y no nos será fácil descalificarlas.
¿Cómo explicar su desinhibición frente al secularismo reinante, frente al individualismo, frente a las vanidades intelectuales y económicas del mundo moderno, nada importa más que aquella experiencia de plenitud de vida del momento: «La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa toda una vida» (DA, 259).
Para que este culto sea cada vez más agradable a Dios, deberemos seguir el ejemplo de María y de los santos, que tuvieron un contacto directo y asiduo con la Biblia, participaban con gusto en la celebración de los sacramentos, especialmente en la Eucaristía dominical, y lo expresaron en la vivencia heroica de la caridad y la solidaridad.
No obstante, este «precioso tesoro» ahí está, permanece intacto a pesar de la pandemia, porque esa es su condición: ser un cimiento sólido en medio de las «tempestades de la vida». Ciertamente tendremos que ajustar las prácticas que tradicionalmente realizamos para expresar la fe en Dios a través de los santos. Básicamente tendremos que evitar las concentraciones, que es un elemento muy importante de la espiritualidad popular. No podemos arriesgarnos a promesas de que será todo en orden, con poca participación, cumpliendo con los protocolos… el sentimiento religioso tiende a desbordarse. Que lo que se pueda hacer sea en armonía con las autoridades civiles y eclesiásticas.