«Porque a todo el que tiene se le dará y le sobrará…»
XXXIII Domingo Ordinario (Mt 25,14-30).
Por Pbro. Aurelio González
En quince días estaremos clausurando el ciclo litúrgico con la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, en razón a esto la Iglesia nos ofrece textos de carácter escatológico, los cuales nos hablan sobre las cosas últimas, y de carácter apocalíptico, los cuales, bajo un lenguaje simbólico, nos hablan del Juicio Final. Tanto el texto del domingo pasado, con la parábola de las diez vírgenes, como el de este domingo, con la parábola de los talentos, entran en las características mencionadas.
La parábola de los talentos nos catequiza sobre aspectos interesantes para la vida cristiana. Los tres siervos recibieron denarios, aunque en diversa cantidad, especificando que a cada uno se le dio de acuerdo a su fuerza. Ciertamente, en el proyecto de Dios todos tenemos participación y nadie queda fuera de su Providencia, pero esto no quiere decir uniformidad: cada ser humano es distinto y sus circunstancias son diferentes, por lo tanto no podemos exigir que todos respondan o den fruto bajo una misma forma; es muy importante respetar la diversidad de procesos, de etapas, de carácteres, etc. Otro aspecto importante que nos revela el texto es la certeza de que en algún momento se nos habrá de pedir cuentas de lo que se nos ha confiado; quienes somos creyentes hablamos de darle cuentas a Dios, pero en realidad esta es una exigencia existencial para todos los seres humanos, pues en algún momento la misma vida nos pide cuentas: con el tiempo se nos pide cuentas de la salud que se nos ha dado, de los hijos que se nos han confiado, de las relaciones que se han establecido, de la vocación que como un don se ha recibido, de las oportunidades que se nos han presentado, etc.; en fin, de cuántas cosas en la misma vida se nos pide cuentas.
La parábola nos habla de los dos primeros siervos que pusieron a trabajar sus talentos obteniendo el doble de lo que se les confió; curiosamente sumando la cantidades recibidas por los dos, cinco y dos, se completa el número siete, igualmente en la suma de las dos cantidades ganadas –no olvidemos que en el lenguaje bíblico el siete símbolo de plenitud–. Y la parábola también nos habla del tercer siervo, quien habiéndosele confiado solo un talento, en vez de invertirlo cava en la tierra y lo esconde. Al interpretar el texto hay la tendencia a identificarnos con los que trabajaron o con el temeroso; tal vez lo más objetivo es reconocer que en cada uno de nosotros convive la personalidad de los siervos que son fecundos en sus talentos y a la vez la personalidad del siervo que enterró su talento, pues los seres humanos somos tan complejos que es difícil definirnos desde un solo aspecto; por una lado, tenemos fortalezas y riquezas en las que nos experimentamos dinámicos y fecundos, pero tenemos carencias y vulnerabilidades en las que existen áreas de oportunidad para madurar y crecer. Lo importante es tomar conciencia de lo que al final nos advierte la enseñanza de la parábola: si nos hacemos responsables de poner a trabajar lo que se nos ha confiado, viviremos cada vez más en una abundante fecundidad, es decir, nos experimentaremos plenos; si por el contrario somos irresponsables, nos volveremos estériles, experimentándonos despojados aún de eso que antes sentíamos poseer.
Hermano Jesús, danos la gracia de saber reconocer la abundancia de dones y carismas dados al mundo, a la Iglesia y a cada uno de nosotros, para que, administrándolos con responsabilidad, seamos fecundos y experimentemos la riqueza de tu gracia.