Saludo de año nuevo

Mons. Luis Martín Barraza Beltrán

Hace un año nos deseábamos un feliz año nuevo 2020, y sí que fue nuevo, no de la forma que hubiéramos querido, pero muy diferente a todos los que habíamos vivido. Esperamos que el 2021 no tengamos que sufrir el año nuevo, sino que seamos protagonistas de la novedad. Ciertamente se asoma la esperanza con las vacunas que comienzan a llegar, pero la crisis de salud durará buena parte de este año y la económica un poco más. 

No habrá que atenernos solo a las vacunas y a la recuperación económica, tendremos que buscarle por otro lado, una novedad más profunda y duradera. Esta pandemia nos ha revelado fortalezas y debilidades. Tal vez las conocíamos, pero no hay como la experiencia para aprender («No hay mejores consejos que los que el tiempo da»). Los límites hechos de enfermedad, carencias económicas y muerte, nos recordaron nuestra fragilidad y pequeñez. Si ordinariamente podemos «negociar» y tal vez «sobornar» nuestros límites con recursos económicos y tecnológicos, ahora se nos han presentado como jueces más implacables. Qué bueno que podamos superar nuestras limitaciones, pero nunca atropellando principios y personas. 

Si la única ganancia de esta pandemia es una vacuna más, algunos protocolos de higiene y seguimos con las mismas actitudes egoístas y de devastación de la naturaleza, pronto estaremos frente a otra amenaza semejante. Que este año que comienza la novedad pueda proceder del interior de nuestro corazón y no sea solo padecer algo que se nos impone desde el exterior. Administremos la novedad, no permitamos que se nos eche encima nuevamente. 

Independientemente del origen de esta pandemia, con responsabilidad o no del ser humano, eso no cambia nada la necesidad de aprender a hacer equipo, comunidad, familia. Desde hace tiempo traemos un ritmo individualista que nos hace pensar que podemos comprar y vender todo lo que necesitamos, hasta el amor, el sentido de la vida o la Salvación eterna. Esta pandemia nos ha acercado a la experiencia donde no funcionan el poder humano, la mentira, la violencia, que siempre nos sacan de apuros. Pongámonos juntos a construir espacios físicos, legales, emocionales, culturales, espirituales, donde se asegure el bien común, es decir, «el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las que los hombres, familias y asociaciones pueden lograr más plena y fácilmente su perfección propia» (GS, 74).  

Este enemigo exterior nos ha tomado por sorpresa, desunidos y tal vez hasta enfrentados. La principal división está entre los que promueven la cultura de la vida y los que promueven la cultura de la muerte. A esta última el Papa la ha llamado cultura del «descarte». Los excluidos no son «explotados, sino desechos, sobrantes» (EG, 53). 

La unión, para que sea sólida y pueda resistir todos los embates, debe cimentarse en la verdad sobre el ser humano, sobre su vida y dignidad. Mientras la vida esté amenazada, en su inicio o su final, mientras la familia sea atacada por ideologías, los derechos a la libertad de conciencia y religiosa sean atropellados, mientras siga habiendo corrupción y una democracia clientelar y corporativista, tendremos epidemias crónicas.

El 2021 será año de elecciones, echémosle una manita a la democracia. Que no se repita el vicio de que unos la tomen como «botín», que adquieren comprando votos de algún modo y que después se reparten entre amigos.