Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Por: Mons. Luis Martín Barraza Beltrán

BUENA NUVA.- Del 18 al 25 de enero celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que en este año tuvo como tema: «Nos trataron con una solicitud poco común» (Hch 28,2). Acogiendo una iniciativa de comunidades no católicas, en 1908 el Rvdo. Paul Wattson celebró por primera vez el Octavario por la Unidad de la Iglesia. En 1964, el Concilio Vaticano II, en su decreto sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio), subraya que la oración es el alma del movimiento ecuménico y anima a la práctica de la Semana de Oración. Fue hasta 1968 que se celebró por primera vez la Semana de Oración a partir de textos elaborados por el Consejo Mundial de las Iglesias y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

En nuestra Diócesis, siguiendo una tradición de años, dimos comienzo a esta Semana de Oración reuniéndonos algunas personas en el salón de Catedral, para unirnos a la oración de Jesús al Padre: «Te pido que todos sean uno, lo mismo que lo somos tú y yo, Padre» (Jn 17,21). Fue muy significativa la presencia del obispo supervisor de la iglesia apostólica de la fe en Cristo Jesús, Jorge de Jesús Aceves, y de su esposa Sara, que nos dieron testimonio de comunión y caridad. 

Nos dejábamos animar por el texto de Hch 27,18-28, que nos presenta la fe de Pablo frente a la desesperanza de sus compañeros. En el trayecto de Cesarea a Roma, yendo Pablo como prisionero a ser juzgado por el César, fueron azotados por la tempestad al salir de Creta y naufragaron frente a la isla de Malta. En el transcurso quedó de manifiesto la actitud fraterna de Pablo y su solidaridad con todos los compañeros de viaje, no obstante su situación de prisionero. Es clásico el simbolismo de la Iglesia como una barca que avanza entre las tempestades del mundo, o como decía san Agustín: «entre los consuelos de Dios y las persecuciones del mundo». 

Pablo, pensando en todos, trató de evitar salir de Creta. Después, cuando la tempestad estuvo a punto de arrasarlos y todos habían perdido la esperanza, los animaba diciéndoles que un ángel le había revelado que él tenía que comparecer ante el emperador y que conservaría la vida a todos los que navegaban con él, que solo se perdería el barco. Como prueba de la veracidad de aquellas palabras y de su confianza en Dios, «tomó pan y, dando gracias a Dios en presencia de todos, lo partió y comenzó a comer. Los demás se animaron y comieron también» (Hch 27,35-36). Al naufragar e ir a parar a la isla de Malta, fue Pablo quien se dejó sorprender por la hospitalidad de los nativos de aquella isla. Éstos no hablaban su idioma, no compartían su cultura ni su religión, pero fueron recibidos con calidez, con alimentos y ropa seca, con «una solicitud poco común».

La unidad de todos los que creen en Cristo, pasa por muchas tempestades que nos desalientan al grado de considerarla imposible. Pablo nos invita a poner toda nuestra confianza en Dios, el único que puede realizar la comunión de los creyentes; hagamos nuestra parte, orando y esforzándonos por «mostrar una solicitud más allá de lo común» a todos los hermanos, especialmente a los migrantes.