Solemnidad de Cristo Rey (Mt 25,31-46).
Por Pbro. Aurelio Gonález
«… se sentará en su trono glorioso…».
En los dos últimos domingos que hemos pasado, ya el Evangelio nos venía preparando para llegar a esta solemnidad en la que contemplamos y celebramos a nuestro Señor Jesucristo como Rey del universo. Tanto la parábola de las diez vírgenes como la parábola de los talentos, nos han inspirado a vivir nuestra fe cristiana con una actitud de vigilancia y de responsabilidad para reconocer y dar cuentas al Señor que viene. En este domingo se describe la venida del Señor como una realidad, ya no como una promesa, la cual adquiere las características de un juicio, en el que unos, llamados benditos, pasan a recibir la herencia del Reino, preparada para los justos desde la creación del mundo; mientras que otros, llamados malditos, son apartados del Señor y enviados al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.
Inicia el Evangelio manifestando a Jesús, bajo el título de «Hijo del Hombre», en su venida gloriosa, quien se sienta en su trono glorioso. El Evangelio se vale del lenguaje simbólico tomado de las instituciones monárquicas para describir a Jesús glorificado, con características propias de los reyes de este mundo, los cuales tienen tronos y palacios. Podemos quedarnos con las imágenes de la fantasía infantil, y pensar que efectivamente el reinado de Jesús consiste en tener un trono, un cetro y una corona. Ya en el s. II, san Ireneo, Padre de la Iglesia, habla del hombre viviente como la gloria de Dios, de tal manera que el trono glorioso en el cual se sienta Jesús, de ninguna manera es un lugar o es un mueble fastuosamente decorado: el trono de la gloria donde Jesús se sienta hace referencia a una dinámica, en la cual la realidad de los pobres es transformada en una experiencia de vida. Como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, así lo hace el Hijo del Hombre, separa a los benditos de los malditos. Los benditos son los que se han comprometido en transformar la vida de los pobres, desde sus necesidades concretas; los malditos son aquellos que fueron indiferentes a las situaciones de pobreza y vulnerabilidad del prójimo. En este texto la misericordia y la caridad adquieren una dimensión fuertemente cristológica, pues no se trata de amar y servir al pobre en el nombre de Cristo, sino de amar y servir a Cristo en la persona del pobre. En el hambriento, en el sediento, en el migrante, en el desnudo, en el enfermo y en el encarcelado, es al mismo Cristo a quien los justos han servido, sin siquiera darse cuenta; mientras que en esas mismas realidades humanas de marginación, es al mismo Cristo hacia quien fueron indiferentes los que son colocados a la izquierda y cuyo destino es el castigo eterno. ¿En qué consiste este castigo? En realidad no lo sabemos, los textos bíblicos de carácter apocalíptico se valen del fuego como un símbolo de suplicio, pero no significa que necesariamente así sea; el texto del Evangelio parece sugerirnos que el mayor sufrimiento de un ser humano es su eterna separación de Dios, así vemos que la primera reacción del Hijo del Hombre para los de la izquierda es esta orden: «apártense de mí…». Esta idea de comprender el infierno como «ser apartados de Dios», ha sido desarrollada en la reflexión de la fe por diversos teólogos.
Jesús de Nazaret, encarnación del Hijo del Hombre revelado por los profetas, despierta en nuestros corazones el deseo de construir el trono de tu gloria, comprometiéndonos en transformar las situaciones de muerte que padecen los pobres y los marginados.