Una oración

Por: Mons. Luis Martín Barraza Beltrán

BUENA NUEVA.- Al reflexionar sobre lo que hemos vivido en estos tres meses de confinamiento, predomina en mí una acción de gracias y una súplica al Señor por tantas personas que han brillado por su buen corazón y su servicio a la comunidad. Es cierto que esta pandemia ha puesto al descubierto muchas miserias personales y comunitarias, pero también ha revelado la bondad de mucha gente.

Desde mi experiencia me doy cuenta de que, en la mayor parte del tiempo, me pude quedar en casa, experimentar cierta tranquilidad y seguridad, no me faltó lo necesario para vivir. El ministerio pastoral que Dios me ha encargado desempeñar se puede llevar adelante en buena medida a través de los medios de comunicación, quiero decir que trabajo no me faltó. Claro que nada suple el encuentro personal. Esto me hace valorar y agradecer el trabajo de tanta gente, que por necesidad o porque prestaba un servicio esencial, no podía hacer «home office»: todos los que sostienen los servicios básicos de luz, agua, telecomunicaciones, despensa, salud, limpieza de casa y calles, quienes proveen a los servidores esenciales, los que resguardan el orden en la vía pública, etc.

Esto por empezar el recuento de algún modo, porque cómo no mencionar a los maestros, que se las ingeniaron para concluir el año escolar en línea o, incluso, yendo al encuentro de sus alumnos para entregarles los materiales necesarios y darles instrucciones, dándoles la enseñanza extra y nada más importante que sacrificarse por los demás, especialmente por los más vulnerables: es lo que hace grandes a los seres humanos.

Hablando del tema de la enseñanza y de otros cuidados, son protagonistas también los padres de familia. El servicio de los papás es súper esencial, eso lo ha dejado muy en claro esta contingencia, pero es algo que se viene diciendo desde hace mucho tiempo. Cultivar a un ser humano en su mente, corazón y cuerpo es el arte de las artes; requiere que los papás comprometan lo mejor de sí mismos, es como volver a engendrar a sus hijos. Gracias a los papás que forman buenos ciudadanos e hijos de Dios.

Ver la solidaridad de tanta gente que comparte de lo suyo o que ha tomado la iniciativa de organizar la caridad de la comunidad en favor de los hermanos más desamparados, alienta la esperanza de que este mundo no está perdido, puede ser cada vez mejor. Dan ganas de alabar y bendecir a Dios, por la gente buena.

Pero no cabe duda de que quienes nos han dado una lección de humanidad, de heroísmo y santidad han sido las enfermeras(os), doctores(as) y todo el personal sanitario, que les ha tocado enfrentar directamente el drama de los infectados de COVID-19. Todo el personal de salud se ha mantenido fiel a su labor, exponiéndose al contagio, lo cual es muy edificante. De entre ellos son dignos de mayor admiración y gratitud los que atienden pacientes contagiados. Han tenido que alterar su ritmo de vida familiar, comunitaria, laboral y exponer su vida y su salud para servir a los afectados por el coronavirus. 

No quiero dejar de valorar las muestras de fe de la mayoría de las personas, que en lugar de debilitarse por la falta de celebraciones sacramentales, se han hecho más fuertes. 

¡Gracias por todos estos hermanos, Señor!