Por: Pbro. Fco. Javier Gómez O.
Hech. 1, 1-11; Salmo 46; Heb. 9, 24-28; 10, 19-23; Lc. 24, 46-53.
CODIPACS.- Me voy, pero me quedo. Con el término ascensión se describe la acción mediante la cual Jesucristo sube al cielo con el poder que le da su condición divina. La palabra deriva del latín “ascenderé” que significa subir, o dirigirse a un lugar hacia arriba. La palabra griega es “análempsis”, ser recibido arriba; con lo cual se describe la acción anteriormente dicha de Jesús.
San Lucas es el único evangelista que hace referencia a dicho acontecimiento de la ascensión, de manera significativa y visual. Lo hace tanto en su evangelio como en hechos de los apóstoles. Pone como testigos de este misterio a los apóstoles que había elegido con quienes había compartido después de su resurrección, durante cuarenta días, que se corresponde con el tiempo de los cuarenta días de ayuno en las tentaciones del desierto, o los cuarenta años del caminar del pueblo de Israel hacia la tierra prometida, los cuarenta días de Moisés en el monte, los cuarenta días de peregrinación de Elías hacia el monte del Señor.
Es el simbolismo, en Jesús, del paso de la muerte a la resurrección y su partida a la casa del padre. Para los apóstoles, el número cuarenta es un tiempo de espera y esperanza para que vivan intensamente el acontecimiento de la resurrección y se preparen para anunciar al mundo el mensaje de Jesús. A Lucas le interesa presentar a Jesús como una persona viva, a quien los apóstoles acompañaron en su misión evangelizadora por los caminos de Palestina, que luego fue crucificado pero resucitó al tercer día.
Jesús encarga a sus apóstoles no alejarse de Jerusalén, donde les promete recibirán al Espíritu Santo prometido por su Padre. Será un nuevo bautismo, no como el de Juan; con agua, sino con el Espíritu Santo. Este espíritu les enseñará todo lo que necesitan saber y les hará testigos de Cristo en Jerusalén y hasta los confines de la tierra. Parecería que los discípulos todavía están aturdidos por el acontecimiento de la resurrección y no alcanzan a comprender la dimensión del encargo que Jesús les está dejando. De ahí la presencia de unos personajes vestidos de blanco que les cuestionan su actitud de duda e incertidumbre: ¿Qué hacen ahí mirando al cielo?
La presencia de Jesús con la comunidad es real, pero distinta; no los ha abandonado; por el contrario les promete la presencia de su Espíritu para que puedan cumplir con la tarea. Los apóstoles regresaron a Jerusalén a esperar la promesa de Jesús y a conocer el duro trabajo que les espera de la evangelización inicial. Recuerdo una frase de una canción antigua: “Dicen que no se sienten las despedidas; dile al que te lo cuente que eso es mentira”. Los apóstoles tienen miedo de la partida de Jesús; sienten que se quedan solos y no saben que van a hacer. El temor a la soledad, a no contar con alguien en un trabajo que se desconoce cómo hacerlo, causa desconcierto, desconfianza y se corre el riesgo de paralizarse, de quedarse sin saber qué hacer. Es ahí donde entra el papel del Espíritu Santo. Él, ilumina la mente y el corazón del creyente e infunde fortaleza para salir del asombro, de la incertidumbre y del temor; a la acción y al compromiso evangelizador.
La partida de Jesús o su ascensión al cielo, no es una forma de abandono de la comunidad, por el contrario es la manera de continuar con ellos por medio de su Espíritu. El signo visual de la ascensión según Lucas es una forma de mostrar la exaltación de Jesús después de su resurrección y su triunfo sobre la muerte.
A la derecha del Padre desde donde se hace presente para acompañar la obra de la Iglesia en cada discípulo y apóstol que colabora en esta obra. La subida de Jesús al cielo, aún entre las nubes, no es como subirse a un avión o a un cohete para contemplar otro lugar distinto al de la tierra, que siempre será un lugar físico. En cambio la entrada de Jesús es del tiempo y espacio, a la eternidad, de lo visible a lo invisible, de la humanidad a la divinidad.
El cielo no es un espacio cósmico del universo, más allá de las estrellas; el cielo es Dios mismo, es adentrarse en Él y estar con Jesús que está a su derecha con la misma naturaleza divina. Este es el santuario de Jesucristo, no construido por manos humanas, como era el tabernáculo del Antiguo Testamento; ahora está en el cielo a la derecha de Dios para interceder por nosotros como Sumo Sacerdote Eterno, que no necesita ofrecer sacrificios continuos como en la antigua alianza. Su sacrificio fue único y de una sola vez, en el momento culminante de la historia para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo y por su sangre derramada en la cruz y por virtud de su sangre tenemos la seguridad de entrar en su santuario, en Él mismo y en Dios.
Su ascensión es un beneficio maravilloso para nosotros porque nos prometió estar cerca de la comunidad: “Yo estaré con ustedes hasta la consumación de los siglos”. Su intercesión ante el Padre es pedir piedad y misericordia por nuestros pecados con la certeza de que todo lo que Él pida nos será concedido. Otro beneficio para el creyente es contar con la presencia de su Espíritu que ilumina la mente y el corazón para poder cumplir responsablemente con la misión que nos ha encomendado. Muy necesario es tener la disposición de mente y corazón para recibir la fuerza de su Espíritu.
Si no queremos recibir su Espíritu, es muy probable que otra cosa, persona, institución, acontecimiento o lo que sea; ocupará su lugar; entonces nos conduciremos según la inspiración de dicho elemento y el Espíritu de Jesús tendrá que buscar otro lugar donde sea recibido. No permitamos que el acontecimiento de la ascensión sea una celebración de pasada, un domingo más como tantos, sino la oportunidad de unirnos con firme esperanza a la promesa de la eternidad que Él ha recibido del Padre y quiere compartir con nosotros. Nos ofrece su espíritu como guía y maestro que nos mostrará el camino y el cómo debemos actuar en nuestra vida terrenal, para poder merecer el premio prometido a quienes cumplen su voluntad.
Es claro que para muchos la ascensión no es sino una escena como las de ficción; que no dicen mucho, solo entretiene. La visión del más allá se esfuma como una quimera; en cambio el más acá; la tierra lo es todo: dominio, dinero, poder placer, tener y cuando al final todo esto se acaba; solo queda para ellos el vacío completo y frío en una lápida; si es que alcanzan una. Para otros la vida es un albur y hay que vivirla como sea a gritos y sombrerazos para bien o para mal. Aprovechando las oportunidades y haciendo lo bueno que se pueda y si no…pues no… paradójicamente vivir un día a la vez sin sentido; ¡ah! pero eso sí con la fe puesta en la virgencita de Guadalupe, San Judas Tadeo u otras devociones a las que hay que festejar en su día de fiesta con bombo, platillo y mucha música para que intercedan por ellos y les alcance sus favores.
Lo que la ascensión nos ofrece es la esperanza cristiana que nos invita a construir el cielo aquí y ahora, cada día mediante el servicio y el amor al prójimo, con la certeza de que por ello Jesús nos dará un espacio eterno en la dicha y felicidad a su lado.
La vida aquí hay que vivirla como dice el refrán: “con un ojo al gato y otro al garabato” es decir cumpliendo las obligaciones de cada día en la misión o vocación encomendada y con la atención en la vida eterna que Dios nos ofrece por medio de su hijo a quienes cumplen su voluntad. Ciertamente los festejos de la religiosidad popular son muy importantes y bien enfocados nos ayudan a recordar lo que verdaderamente nos ofrece la fe en Jesucristo por medio de su Iglesia y con su intercesión mantenernos firmes en lo que la misma fe nos promete.