Por: Pbro. Javier Gómez Orozco
CODIPACS.- No en pocas ocasiones hemos escuchado comentarios de personas, aún católicas, preguntando cómo fue posible que la Virgen María fuera llevada al cielo en cuerpo y alma. Si nos atenemos al magisterio o enseñanza de la Iglesia, encontraremos la respuesta de fe en la constitución Apostólica del Papa Pio XII del 1 de Noviembre de 1950; “Munificentissimus Deus”, donde declaró el dogma de la Asunción de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma.
La augusta Madre de Dios en estrecha relación con su divino Hijo y participando siempre de su suerte, le dio la vida, le alimentó con su leche, le tuvo entre sus brazos y le estrechó contra su pecho; separada de Él después de esta vida terrena, si no con el alma, al menos con el cuerpo, fue adornada con el grande honor de ser preservada de la corrupción del sepulcro y ser llevada al cielo integra en cuerpo y alma.
Si como expresamos en nuestra fe; que la consecuencia del pecado es la muerte; María fue preservada de todo pecado desde su concepción; por lo mismo no podía experimentar las consecuencias del pecado que es la muerte. Además yo personalmente creo que la muerte era una de las menores preocupaciones de María; su mente y corazón estaban en hacer la voluntad de Dios como lo expresa en el “magníficat”.
Por eso para gloria de Dios omnipotente que otorgó su benevolencia a la Virgen María, para honor de su hijo…Por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro, Pablo y nuestra… Proclamamos, declaramos y definimos, ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumpliendo el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. (Dz. 3903)
Quiero recordar una lectura de hace tiempo: “el poeta y dramaturgo Francés Paul Claudet (1868-1955), una vez convertido a la fe católica dijo; déjenme solo, no tengo miedo morir. Porque no moría solo, sino con el gran tesoro encontrado de la fe.
Recuerdo… decía, “la navidad de 1886 en Notre-Dame en los oficios al escuchar el Magníficat; fui tocado y creí con tal fuerza de adhesión de la voluntad y con tal convicción y certidumbre que no dejaba lugar a ninguna duda; ni todos los libros y razonamientos, ni los avatares de mi agitada vida, pudieron sacudir esta fe.
Tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios y pensé: que feliz es la gente que cree. ¿Si fuera cierto?, y es verdad, Dios existe, está ahí, es alguien tan personal como yo, me ama, me llama…. Y entonces las lágrimas acudieron a mí y el tierno canto del Adestes fideles, aumentó mi emoción y mi fe.
Los hombres y mujeres de fe, compartimos nuestros sentimientos, llenos de profunda alegría unos y de humana debilidad y penas otros; pero ambos son parte de la vida y habrá que aprender a acomodarlos en su justo lugar y momento.
El concilio Vaticano II, en su constitución pastoral sobre la iglesia en el mundo actual, entre otros problemas sociales que le ocupan, se encuentra el de la dignidad de la persona humana por su inteligencia que lo distingue de cualquier otro ser, por su conciencia que lo hace reflexionar sobre lo bueno y lo malo y por su libertad que lo lleva a actuar.
Junto con esta grandeza, nos dice, está también su gran limitación: “la muerte”, como máximo enigma y tormento; el temor a la desaparición perpetua. La estela de dolor y sufrimiento ante ello, no pocas veces hace estragos en la conciencia y en los sentimientos de familias y personas, donde la fe puede estar en pañales o susceptible de otras formas de pensamiento o entendimiento.
La fe y la revelación nos enseñan que la muerte es el aguijón o consecuencia del pecado, sin embargo tenemos de nuestro lado al campeón vencedor del pecado y de la muerte: Jesucristo. Él nos enseña que la mejor manera de vivir o convivir con el “aguijón” es estando de su lado con la confianza plena puesta en él y solo así se satisfacen los interrogantes sobre el futuro del hombre.
La revelación no quita el velo que cubre el enigma de la muerte, sino que de modo progresivo y con la experiencia de la historia de la salvación va iluminando la vida hasta darle plenitud con la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Cristo resucitó como primicia de todos los muertos, como nuevo Adán viene a revindicar la equivocación del primer Adán y su pecado, dando a los creyentes el tesoro de la resurrección.
Y por si esto fuera poco, tenemos la intercesión de un grade modelo de fe y además, libre de todo mal y pecado que no conoció la corrupción del sepulcro e intercede por todos sus hijos y es nada menos que “Madre de Dios por quien se vive” y que por singular privilegio fue preservada de la muerte y asunta a los cielos en cuerpo y alma.
El apocalipsis nos la presenta como la mujer vestida de Sol, con la luna bajo sus pies, la corona de doce estrellas y a punto de dar a luz. A simple vista es una figura impresionante y muy significativa. En la cultura Oriental antigua estos signos son expresión de las grandes diosas bíblicas como “Isis”. La interpretación católica tradicional ha visto en este relato la figura de María la madre de Jesús o la “nueva Eva”, otras tradiciones hablan de Jerusalén celestial (nueva Jerusalén), la sabiduría personalizada o la Iglesia.
La mujer es el Israel celeste, la esposa de Dios según la tradición profética. El dragón de siete cabezas es el enemigo de Dios, la serpiente, el diablo, satanás que con su cola barrió un tercio de estrellas y las echó sobre la tierra; el poder al servicio del dragón que se ha identificado con el emperador en turno, en la época de persecución contra la iglesia cristiana. (Tal vez Nerón).
Vivimos tiempos de persecución, al igual que la iglesia primitiva, Con otras formas y tácticas pero al fin persecución. Dragones con cuernos y fuego que desean acabar con los principios y normas del buen comportamiento, de la justicia y la paz; barrer con su cola los valores de la fe e imponer otros diferentes sistemas y conductas que lleven a realizar los programas establecidos por las “bestias” de siete cabezas que desean el dominio de las mentes y corazones de sus súbditos.
Dragones que desean acabar con la familia y sus miembros; atacar de diferente manera a los hijos, a su desarrollo, metiendo en su mente y corazón otros principios y formas de vivir la vida. Dragones que dividen a causa del poder del tener y del placer. No importa las consecuencias sino el poder establecido para dominar y decidir el camino y rumbo de la vida humana.
Dragones a quienes solo les preocupa el poder, el permanecer en este sistema constantemente, para manipular y defender su estatus de poder y dominio sobre los demás. Piensan que sus coronas, es decir su poder, durarán por siempre y justamente es donde se equivocan. El poder es pasajero y temporal, que lleva una consigna clara, es para “servir” no para “servirse”.
El ejemplo más reciente lo tenemos en la persecución de la iglesia en Nicaragua, por parte del dragón que dirige el país, el cual ha determinado unilateralmente que su país es un país “Ateo” por lo tanto hay que acabar con la Iglesia: “católica” por cierto, porque se trata de saquear los tesoros culturales e históricos, representados en la imágenes de iglesias que bien pueden ser patrimonio de la humanidad.
. ¡Qué lástima!; en vez de preservarlas y cuidarlas para enriquecer la cultura de los pueblos y de la humanidad; desean que se acabe todo, para en su lugar poner ideologías que también el tiempo se las llevarán; como si con ello quisieran acallar las voces de quienes quieren tener la esperanza en un mundo terrenal justo y en un mundo de eterna felicidad que la fe nos ofrece. Hasta por cultura general el dragón debería pensar bien las cosas y no dejarse llevar por caprichos o intereses de otro nivel o interés personal. “creo” María nuestra Madre interceda por nosotros y nos conceda el final de nuestra peregrinación terrenal, la confianza y el don de la vida eterna.
El padre Javier Gómez, es párroco de la Parroquia San Juan de los Lagos en Torreón.