Ec. 1, 2; 2, 21-22; Salmo 89; Col. 3,1-5. 9-11; Lc. 12, 13-21
Por: Pbro. Javier Gómez Orozco
CODIPACS.- El libro del Eclesiastés, es uno de los libros del A.T. que figura entre los libros llamados los escritos (Heb. Kethumim), parte integral de la literatura sapiencial de la biblia, que intenta responder a la pregunta ética de todos los tiempos: ¿de qué le sirve al hombre hacer el bien o el mal, si al fin de cuentas todos llegan a la meta de la muerte? La traducción de los LXX, (del hebreo al griego) tradujo el nombre original hebreo por el término griego de “Ekklesiastés” que significa el que habla en la asamblea; el predicador podríamos decir en nuestro lenguaje castellano. El original hebreo es “Qohelet” es decir “compilador” y el nombre se refiere al que hizo la redacción del libro del Eclesiastés.
Sobre el personaje no se tienen muchos datos, pero por el contenido podemos deducir que era un maestro sabio con buena formación. El nombre hebreo del texto es derivado de la palabra “qahal” que significa asamblea, reunión; de ahí que quien habla en la asamblea, sea considerado “Qohelet” el que habla en la asamblea, al cual se le considera como el compilador del libro y su contenido; al punto de establecer que el término Qohelet sea aplicado como el nombre propio del autor del libro.
En cuanto al contenido el autor parte de una frase filosófica acerca de la vida: “Todo es vana ilusión” o según otras traducciones todo es vanidad de vanidades; en referencia a la fragilidad humana, a lo endeble de la condición del hombre en el mundo; fugaz y pasajero. El pensamiento de Qohelet, es la cara del escepticismo de la sabiduría israelita; está de acuerdo con muchos de sus pensamientos pero cuestiona otros; cree en Dios y entiende que Él ha signado un momento a cada cosa; sin embargo como muchos de sus contemporáneos no cree en la vida después de la muerte. Así que… hay que disfrutar mientras se viva porque todo es vana ilusión.
Para que empeñarse en el duro trabajar, en el esfuerzo de acumular, si al final de la vida se queda para otros que no trabajaron, con el agravante de que no se sabe si son sabios o necios, si harán buen o mal uso de dichos bienes. Según su pensamiento religioso; Dios da el don de disfrutar al hombre y le da sabiduría y ciencia, en cambio al pecador le da como tarea el acumular para luego dárselo a quien le agrada. Todo es vana ilusión y querer atrapar el viento.
La insistencia del libro en el disfrute o la vanidad, es una voz importante que debe ser escuchada y entendida no en el contexto del ascetismo religioso, por encima del amor y el compromiso social, al cual debe llevar la práctica religiosa.
No es extraño en nuestro tiempo encontrar personas devotas que incluso pueden ocupar algún puesto en determinada comunidad, sin embargo caminan a ciegas o a oscuras, insistiendo en que lo importante de la vida es practicar determinados ritos o recitar ciertas fórmulas de oración; sin que ello les lleve al compromiso de amor y de servicio con los demás.
En el pensamiento un tanto pesimista de Qohelet, se encuentra la necesidad “sabia” que debemos tomar en una vida sin envidias, sin necios afanes o deseos malsanos de las riquezas ajenas. La razón principal para no afanarse en el trabajo o en la acumulación de bienes nos la da el evangelio de hoy por medio de Jesús.
Parecería que el evangelista Lucas pone en el texto de hoy una respuesta a los planteamientos de Qohelet, donde nos presenta, por un lado su preocupación por la cusa de los pobres y oprimidos y por otro lado, los peligros de las riquezas para la verdadera vida cristiana. Jesús, el Mesías, no ha venido como juez de las causas familiares y de los conflictos de herencias entre hermanos o posesiones materiales de empresas o instituciones.
La verdadera vida del hombre no depende de los bienes que posea; el verdadero tesoro es Dios. La parábola del hombre rico que construyó nuevos y más grandes graneros para su cosecha y poder darse le buena vida; es una enseñanza a sus discípulos sobre el valor del reino y su justicia. Esto es lo que hay que buscar; afanarse en construir el reino de Dios y las demás cosas se nos darán por añadidura. La parábola de Jesús posiblemente pudiera haber empezado así: “Había un hombre tan pobre, pero tan pobre, que solo tenía dinero”.
Si Qohelet, pregunta ¿qué gana el hombre de todas sus fatigas y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? Como dice una canción “Nada te llevarás cuando te vayas, cuando se acerque el día de tu final”, si trabajas o te afanas por las cosas materiales, solo eso tendrás; toda clase de avaricia lleva a la destrucción; pero si trabajas por el reino de Dios y su justicia, tu riqueza está segura y no se perderá.
El que acumula riquezas como el hombre de la parábola, se hace rico para sí mismo. “Podré decirme: ya tienes bienes acumulados para muchos años, descansa, come, bebe y date la buena vida”. Este hombre no acumuló para compartir con los pobres su riqueza. El riesgo de la avaricia está latente donde están los tesoros materiales. Pero la seguridad de la vida no está en los bienes materiales sino en Dios.
Es curioso como en nuestro tiempo muchas instituciones se dedican a ofrecer y vender seguridades de toda clase. Seguros para autos, empresas, casas, los campos y sus producciones, seguros contra incendios o catástrofes naturales. Seguros para vehículos de transporte de todo tipo, hay quienes aseguran su voz si son cantantes, sus piernas si son deportistas etc. etc. Esto refleja la ambición de tener y recuperar a costa de lo que sea, no perder nada de nada y en caso de pérdida recuperar a como dé lugar. Ah, y los tan conocidos “seguros de vida” los cuales mejor deberían llamarse seguros de muerte porque es hasta entonces que pueden recibir los familiares el recurso material del seguro.
Nuestro seguro de vida es Dios; en Él debe estar puesta nuestra confianza, nos dice Jesús. Si no se desprenden de las riquezas, si se preocupan de amasarlas aún a costa de la injusticia cometida con los que no tienen nada, se encontrarán al final, con las manos vacías ante Dios. El mejor seguro es trabajar por el reino de Dios. Muchos hombres y mujeres se afanan en el trabajo material más de lo debido y necesario, descuidando la familia, la fe y hasta la salud, con tal de tener recursos materiales para “asegurar” el sustento o más bien una cómoda digna vida rodeada de “lo mejor”. Se descuida a los hijos con el pretexto de “para que nada les falte”, que “tengan lo que yo no tuve”. La vida digna no depende de los bienes que posea una persona, sino de la manera como se gasta la vida en la búsqueda del reino de Dios desde aquí y ahora.
Trabajé toda mi vida duramente y sin descanso y ahora ya tengo muchos bienes materiales para disfrutar; y resulta que los bienes se van a gastar en la salud que perdiste por tanto trabajar: “¿Qué buen negocio no?” El trabajo intenso sin reflexión, incluso sin darle un buen y necesario reposo, termina por desviarnos; no es suficiente trabajar, trabajar y trabajar en cualquier ámbito de la vida; es indispensable saber cuál es el objetivo o la intención fundamental del trabajo.
Es loable y justo no pasar necesidades y sufrimientos; pero aún ellos nos pueden ayudar a ser mejores personas y sensibilizarnos ante la vida dura y difícil de los demás. Llegar a ser sabios tan capaces de entregarse a los demás como se entregan a la producción de recursos y sembrar así un tesoro que no se pudre, que no se acaba y dura para siempre en el reino de Dios.
Tenemos una tarea muy importante que realizar y en la cual hay que invertir mucho tiempo y dedicación: “Trabajen por los bienes de arriba, donde está Cristo”, dice San Pablo a la comunidad de Colosas. Esta es la tarea del creyente que bautizado y resucitado con Cristo debe afanarse por los bienes del cielo, no los de la tierra. El creyente, bautizado trabaja por las virtudes no por los vicios como los que aparecen en la lista que San Pablo enumera: La fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas y la avaricia. El bautizado se despoja de lo malo, del viejo “yo “para revestirse del nuevo “yo” es la nueva condición adquirida para poder aspirar a los bienes eternos. Es de notar que en la lista de vicios San Pablo también enumera la avaricia como una manera de idolatría; que aparta de Dios y se aferra a las cosas terrenales, impidiendo poner la atención en los bienes eternos. No se puede servir a dos amos pues amará a uno y odiará al otro; es decir no se puede servir a Dios y al dinero o a los bienes materiales.