Palabra de Dios

Por: Pbro. Francisco Javier Gómez Orozco.
Sir. 27, 5-8; Salmo 91; 1Cor. 15, 54-58; Lc.6, 39-45
De la abundancia del corazón, hablan los labios.
En este octavo domingo ordinario, la liturgia nos presenta un trozo del libro de Jesús hijo
de Eleazar, hijo de Sáraj; a quien se conoce como Jesús ben Sáraj o libro de Sirácida. Fue
escrito hacia el año 180 a.C. en Jerusalén. También se le conoce como Eclesiástico; que
significa “libro de la iglesia” que deriva del título de la mayor parte de los manuscritos de
la vulgata y su origen se debe al gran uso que se hizo del libro en las comunidades
cristianas (Ekklesía) de los primeros siglos.
Se usaba también en las sinagogas griegas, por lo que no fue reconocido como Escritura,
por los judíos.
Su contenido está en torno a la sabiduría por medio de poemas, de sentencias o proverbios
sacados de la tradición oral de los antiguos, quienes a su vez aprendieron de sus padres.
Ben Sáraj se encarga de hacer una traducción para los que viven fuera de Palestina y desean
conocer la sabiduría y vivir conforme a ella. Para él, la sabiduría verdadera está en Dios.
El texto de este domingo se centra en la palabra. El principal criterio para evaluar a una
persona son sus palabras. El autor refleja la sensibilidad que tiene al potencial maléfico de
la lengua y las palabras.
Lo que cada persona dice de palabra, expresa lo que hay dentro de él; sentimientos,
pensamientos, emociones, deseos; lo bueno o lo malo según la abundancia del corazón. Con
la palabra se mata la fama y la honra de otros y con la palabra se rescata a los que han sido
calumniados. Si una persona contradice tu opinión, no te está atacando, simplemente está
compartiendo que piensa diferente a ti. La diferencia hace la riqueza.
Las palabras que salen de los labios deben ser sopesadas o puestas en el cernidor para
conocer el valor o la integridad de quien las expresa. La prueba para la arcilla es el fuego y
para el hombre es su manera de razonar, que se muestra en las palabras. Si quieres conocer
a alguien atiende a sus palabras, en ellas está el fruto de su pensamiento y su reflexión.
La sabiduría que está en Dios, y es Dios, te ayudará a buscar la justicia y a vivir y
revestirte según ella.
La sabiduría divina ayudará a que las palabras sean sensatas y prudentes, de tal manera que
hagan ver a quien las pronuncia como un hombre sabio que tiene puesta su confianza en
Dios y su palabra.
La segunda lectura es la conclusión de la reflexión de San Pablo acerca de la resurrección
de los muertos, en la carta primera a los Corintios.
El hombre cuando muere, se reviste de incorrupción y lo mortal se reviste de inmortalidad.
La muerte ha sido vencida y Dios ha dado el don de una nueva existencia, plena y perfecta
para la eternidad.
Los términos utilizados por San Pablo son: Thanatos = Muerte y Athanasia = Inmortalidad;
Tharton = Corrupción; Aptharsia = Incorrupción.
Dios creó al hombre para la eternidad, pero la envidia del diablo por medio del pecado
arrebató al hombre el don de la inmortalidad. Dios le ha regresado dicho don por medio de
Jesucristo.
El aguijón de la muerte es el pecado y la potencia del pecado, es la ley.
El pecado esclaviza, somete, domina y conduce a la muerte. Pero la muerte al igual que
una serpiente sin su aguijón venenoso no puede dañar a los que están en Cristo y que
gracias a la supresión de la ley, la cual le dio fuerza al pecado y con el conocimiento del
mandamiento nuevo y de la redención se acabó el dominio y el poder del pecado y por lo
tanto de la muerte.
Hay que estar por lo tanto, firmes e inconmovibles en esta fe y con el trabajo cotidiano de
la vida cristiana que no es inútil porque es el reconocimiento de la obra salvífica de
Jesucristo y de la resurrección.
Todos los evangelios nos hablan de la vida y obra de Jesús y su proyecto de instaurar el
reino de Dios entre nosotros. Desde el origen del cristianismo y hasta el día de hoy se
proclama a Jesús como el Señor; sin embargo aunque se habla en los templos, en grupos de
estudio, lugares de oración aún en foros deportivos y de entretenimiento se proclama la
convicción de Jesucristo como centro de la fe. Pero cuando se llega al momento de las
exigencias, la renuncia, el testimonio entonces se desmorona o se diluye la fuerza de la fe y
la convicción de un verdadero seguimiento de Cristo y su propuesta.
Como en la primera lectura de Ben Siraj; Lucas pone en labios de Jesús una serie de
proverbios o refranes de la sabiduría popular, para trasmitir su mensaje. Muy
probablemente dirigido en su origen a los fariseos. Un ciego que no puede guiar a otro
ciego, el discípulo que no es más que su maestro, será como su maestro al finalizar su
instrucción; la viga y la pelusa en el ojo; el árbol y sus frutos.
Lo importante en estas sentencias a modo de proverbio; es resaltar la importancia de la
preparación y la disposición para el seguimiento de Cristo y su ´proyecto; no caben la
mediocridad y la falta de compromiso. El verdadero discípulo se dispone a abrir los ojos al
mensaje salvífico del Maestro y a prepararse e instruirse para poder servir al proyecto del
reino y ayudar a los que necesitan apoyo en este camino.
La coherencia con las exigencias de Cristo, solo puede proceder de un corazón convertido;
de un corazón bueno. De la abundancia del corazón habla la boca. Como al árbol, se le
conoce por los frutos: Buen árbol, buenos frutos; árbol malo, malos frutos. Hay que ir al
fondo de la persona, a su corazón, para descubrir lo que hay dentro; lo bueno o lo malo.
¿Qué frutos espera Jesús de sus discípulos? Ya lo había expresado en el sermón de la
montaña con las bienaventuranzas, de hace dos domingos. Es claro que para encontrar
buenos frutos hay que sembrar antes buena semilla; hay que llenar el corazón de virtudes
que luego puedan salir al servicio de los demás.
No es extraño en nuestro tiempo, escuchar las pláticas de la gente en torno a las
preocupaciones, pensamientos, deseos, aspiraciones, necesidades, problemas etc. Por ello
oímos hablar de dinero, del trabajo, la crisis económica, de diversas enfermedades, seguros
médicos, de carros, del fut bol, de la música y los celulares, de la corrupción, la política, de
la crisis familiar, los divorcios y separaciones, del narcotráfico, los migrantes y diversos
temas que nos retrata en nuestros intereses y reflejan lo que llevamos por dentro.
Desafortunadamente se habla cada vez menos de los valores espirituales, humanos; y se
ejercita menos la solidaridad, la fraternidad, el buen diálogo, el compromiso con la justicia;
la vivencia y práctica de la fe.
¿Dónde podemos encontrar las respuestas a los anhelos de la vida? ¿Cómo llegar a la
felicidad? ¿Dónde puedo escuchar con claridad la voz de Dios? Estas y muchas
interrogantes pueden inquietar nuestra mente y nuestro corazón.
El silencio, por ejemplo, es una buena alternativa, nos dicen los místicos y contemplativos;
porque el silencio es un espacio de comunicación especializado. Si creemos que sabemos
todo de la oración; entonces hay que callar y en el silencio contemplar lo que Dios nos dice.
Si pensamos que sabemos todo de la vida pero no la vivimos en comunión con Dios, se
pierde la oportunidad de enriquecernos de lo que El nos ofrece en la vida cotidiana y en el
sabor del silencio y de la naturaleza.
Escuchar y atender a Dios en los signos de los tiempos y en las personas y su entorno; es
una buena manera de estar en comunión y dialogo con quien nos da el regalo de vivir
constantemente en su presencia, pero además es la oportunidad de aprender de los dones
divinos para atender, guiar, servir a quienes nos necesitan en el camino de retorno a la casa
del Padre.
Salomón pidió a Dios Sabiduría, pero no de mente sino de corazón “lebh” entraña para
discernir “shomea” para escuchar para estar atento a lo que Dios dice y para poder ponerlo
en práctica en la misión que cada uno hemos recibido.