Se canta desde la historia que se vive 

AREÓPAGO

Por: Pbro. Jesús de la Torre 

BUENA NUEVA.- Mario Benedetti, poeta uruguayo, nos dice muchas veces que el mundo está al revés. Teólogos y pastoralistas latinoamericanos de muchas formas nos insisten en que sin cantos a Dios, sin acción de gracias por su amor, sin oración, no hay vida cristiana. Pero todo canto, toda oración,  se hace desde una situación histórica vivida. O sea, para ir con nuestra realidad, todas esas acciones cristianas deben nacer desde las experiencias del COVID-19, que cómo nos ha maltratado la vida, tanto por el enorme desconsuelo de los que han muerto, como por el dolor y la zozobra de quienes se quedan en la vida lidiando las incertidumbres, los interrogantes, entre quienes están los doctores, familias, enfermeros, camilleros, etc. 

Hace pocos días que se abrieron las puertas de los templos para la participación muy cautelosa en las misas. Si anterior a la epidemia ya eran pocas las personas participantes, ahora menos. Muchas campanas están como en protesta. En general, los participantes en actos públicos casi no vienen, pues muy a tiempo se les asustó. En muchos templos, la realidad está llena de preguntas sin respuestas fáciles. Esta epidemia nos dio en  toda la torre. Ni la esperábamos, ni la queremos, aunque luego nos digan los que saben de estas cosas, que ya tenemos que acostumbrarnos a vivir con ella, aunque nos consuelan señalando que pronto vendrán las vacunas. 

COVID-19 nos llegó, en muchos casos, desde los pueblos opulentos del mundo, pero ahora ya nos anda con la revolcada que está dando a tanto pobre, y entre los pobres abundan las lágrimas, las impotencias, aunque observamos que este virus arrasa con todas las clases sociales, sin embrago vemos que los ricos la tienen más fácil de salvarse. La medicina es lavarse las manos frecuentemente, usar con  sabiduría el cubrebocas, la sana distancia. Por ese camino van los remedios. 

En este mundo al revés, en el que a todos les va mal, pero más a los pobres, ¿cómo cantar una acción de gracias en una misa, en un mundo de muerte sorpresiva, a veces temprana, donde parece que la experiencia de fe nos habla de la presencia de Dios, pero al mismo tiempo de ausencia? Nos encontramos con el dolor, el propio y el ajeno, y ya es una maravilla, cuando advertimos que también el otro nos duele, y nos preguntamos qué hicimos por él, contando desde la generosidad de nuestra pobreza. Asumir el dolor ajeno es una tarea humanitaria que no tiene mañana, pero que con  las sanas cautelas, hay que hacer lo que cada uno pueda, y no una acción salvaje.